Capítulo XI [Cliché]

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POV Luna.

Ha pasado una semana desde el Open, ósea desde el día en que Simon vino a pedirme perdón.
Sharon se fue de viaje, así que por el momento estoy tranquila y los moretones y marcas ya casi son inexistentes.
Desde esa noche Simon a estado con constantes atenciones y regalos, pero lo que me hierve la sangre es que a pesar de querer regresar conmigo sigue hablando con la insípida de Ámbar, no tienen ni un poco de vergüenza esos dos.
El plan sigue en pie, no porque Simon sea así de tierno voy a olvidar lo que me hizo, esa cicatriz quedará grabada y yo le regresare el favor, haciéndolo sufrir de la misma manera.

— Un licuado de doble chocolate para usted, señorita Luna. — se sentó en mi mesa Matteo.

— Yo no quiero esa porqueria, ¿sabes cuantas calorías contiene? — aparté el licuado con desagrado.

— Si, las suficientes para hacerte sonreír. — tocó mi nariz. — ¡Vamos! ¿Qué no te gusta el chocolate? — preguntó haciéndose el ofendido.

— No, claro que me gusta pero hoy no. — suspiré mirando como al otro extremo del roller Ámbar y Simon se encontraban riendo.

— ¿Qué es eso tan grave que opaca la luz de la Luna? — cuestionó con gracia.

— No es de tú incumbencia. — forcé una sonrisa.

— ¡Chicos! — captó nuestra atención Tamara.

— ¿Qué pasa Tamara?

— ¿Pueden ir por unas cajas a la bodega del roller? Es que necesito unos papeles que están ahí, pero no puedo ir ahora, ¡el roller está lleno! — justificó.

— Si, nosotros vamos ahora. — contestó Matteo sin dejarme hablar. — Vamos, Luna. — me tomó de la mano y me halo a las bodegas del roller.

Nunca había venido a esta parte, era algo obscura y estaba con un poco de polvo en las superficies, llena de cajas, lámparas inservibles y viejas decoraciones.
Me recargue en la puerta.

— Busca los papeles y vámonos de aquí. — comenté tapándome la nariz, el polvo me asfixiaba.

— Si me ayudas, sería más fácil. — declaró rebuscando en las cajas.

— Bien. — bufé y al moverme de mi lugar, la puerta se cerró de golpe.

— ¿Qué pasó? — me miró.

— A la puerta le salieron un par de pies, un vestido color carmín y se fue a bailar. — ironicé. — Se cerró la puerta, tonto.

— Pero se puede abrir, ¿no? — se acercó.

— Supongo. — intenté a abrir pero fue en vano. — Ay no.

— Déjame probar. — volvió a intentar él con más fuerza pero nuevamente, no se abrió. — Carajo, estamos encerrados.

— ¿Neta? ¡Ay pero que noticia tan más nueva!

— Deberías de dejar de ser tan sarcástica. — hizo un sonido con sus boca, un sonido de desaprobación.

— ¡Genial! Estoy atrapada con un animal italiano en una bodega. — me recargué en la puerta. — Es lo más cliché que me ha pasado en la vida. — bufé.

— ¿Acaso no te gustan los clichés, Chica Delivery? — se acercó coqueto.

— No, son aburridos y predecibles. — sonreí forzada. — Mantén tú distancia. — ordené.

— Dices que no te gustan los clichés pero buscas un final feliz. — me guiñó y bufé. — Amo cuando haces eso.

— ¿Qué hago? — volví a bufar.

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