III

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No te fíes de un caballero, no te dejes impresionar por su falsa galantería y el brillo virtuoso de su mirar

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No te fíes de un caballero, no te dejes impresionar por su falsa galantería y el brillo virtuoso de su mirar. Argucias, vil teatro, artimañas de un canalla sin remedio.

La hospitalidad brindada en la casa Mervale tiene un precio. Y de la mano de Vicente San Román no hay escapatoria, pues dentro de su raciocinio favor...con favor se paga y no te vas sin saldar.



Dada la hora temprana me sumí ante la tenue luz del amanecer.

Había tenido un sueño sumamente  inquietante; y heteróclito como extraordinario, eso de caer por la boca del lobo y despertar en otra época; entre caballos pura sangre rescatándome de la negrura, casonas con inmensos jardines, criadas herméticas quitándome la ropa y apuestos caballeros de mirada profunda, no podía atribuirse de otra manera que como un  completo disparate.

Pasé los dedos por la sábana, tanteando el terreno, oh que suavidad, pura seda delicada y frescura infinita. Me giré y restregué la nariz contra la almohada; ¿plumas de cisne?, mmh bueno,  qué más da si me regocijaba en el paraíso terrenal. Estiré las piernas, enfundándome con aquella suavidad de dioses, cuando a mi mente vino la cama para una sola persona y las sabanas corrientes con estampado de flores de los dormitorios de la fraternidad. 

Con la vista en un punto fijo permanecí muda y en completa quietud, la mirada puesta en el detallado forro floreado en tonos claros del buró a un costado de la cama mientras repasaba mentalmente los acontecimientos  de la noche anterior. Conté lentamente y con la respiración contenida del uno al diez.

«Absurdo. No hay cosa más imposible que esa. No quiero sonar mal educada, pero todavía seguimos en 1856 ».

«Es evidente que a usted  se le zafó un tornillo o no recibió la educación apropiada por parte de una institutriz ».  

«Los modales y pedagogía con la que fui instruido, no me permiten abandone a una dama en apuros ».

«Qué no soy la mujer maravilla... » 

Si pensaba que todo había sido parte de un sueño improbable, o un simple circo, el más teatrero,  me engañaba  totalmente;   Vicente San Román, Felicia y la Casa Mervale realmente estaban pasando . Pobre ilusa, aspirar  a la salida del sol luego  de un atareado despertar una mañana cualquiera, apresurada, yendo de allá para acá por llevar media hora de retraso. Y finalmente tomar el tigrebus, por suerte a tiempo  y  llegar raspando el suelo de la clase de Galindo.

—La noche debió ser larga para usted, señorita de la Vega.

¡Dios mío!, que susto! Me incorporé de golpe y me limité a quitarme las lagañas.  Las cortinas se abrieron de par en par permitiendo a la luz del amanecer colarse dentro y llenarla de una vitalidad primaveral. Ahí estaba tan huraña como la noche anterior y de pie al centro de ellas, Felicia, atándoles un grueso  listón para retenerlas en su lugar.

El anhelo del tiempo © [ SERÁ RE-EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora