IX

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"Vicente  Carlos San Román de la Casa Mervale, se solicita su presencia, comparezca el 1 de julio de 1856, con motivo a la implementada reforma sobre títulos de nobleza, honores hereditarios y prerrogativas. A continuación se dará efecto a los otorgados...".



Todo estaba deslumbrantemente preparado para esa noche. Cada detalle perfeccionado meticulosamente para el baile de máscaras de lady Arrúbal tenía como finalidad de embelesar a cada uno de los asistentes, desde la decoración del salón, adornado con aires mágicos, de ese que impacta desde que lo miras por primera vez y te envuelve por la suntuosidad de su esplendor. La orquesta estaba situada en el lugar correcto, frente al tumulto de gente, justamente debajo de los candelabros de bronce y azul violáceo, dando la impresión de que estaban dentro de una burbuja verdosa; la presentación artística, la cual hasta el momento seguía siendo un misterio por decisión de la propia lady, prometía una velada espléndida; el festín resumía paladares exigentes y, la elección de miembros dentro de la aristocracia estaban escogidos de una manera conveniente para mis propósitos.

A pesar de que había acudido antes a decenas de ellos, nunca, en mis veintinueve años, desde que regresé de Oxfire mostré tanto interés en asistir a este tipo de fastuosidades de plétora ostentación, en realidad si fuera posible seguiría evitándolos, pero de esta forma, jamás lograría congraciarme con los ancianos del Parlamento ni con el próximo heredero al trono. Si quería conseguir sus simpatías, el baile de lady Arrúbal tendría que dar sin lugar a dudas el mejor marco de presentación de cara a la sociedad, y Carina ser la debutante más exquisita y encantadora de todo San Ignacio. Me había asegurado personalmente de que lady Arrúbal hiciera presto de su bondad y palatinos gustos para hacerlo el evento de la temporada. Por supuesto, había colaborado monetariamente con los gastos para hacerlo un acontecimiento digno de esta índole y dado órdenes precisas de trasladar a Carina a cierta hora en específico para su primer vals. Y, por supuesto, la exquisita y encantadora Carina de la Vega, llevaba retrasada poco más de un cuarto de hora, mientras el resto de los invitados comenzaban a aglomerarse engalanados fuera de los márgenes del salón.

Miraba el pasar ostensible de las manecillas del reloj de las escaleras, cuando mi primo, Fernando Viñaspran de Córdoba se presentó a mi lado, llevando puesta una máscara con una sonrisa adusta y rígida que le cubría por completo el rostro.

—Es bueno verte, San Román—saludó, mostrando una postura envalentonada, con la barbilla alzada y los brazos detrás de la espalda. Sabía que terminaría viniendo a verme y a incordiarme a niveles desmedidos. Traté de sonar cortés, pero mi tono de voz, distaba mucho de mis verdaderos sentimientos. Desde que lo sorprendí mirando a Carina con una devoción de caricato amartelado me costaba cada vez más tolerarlo.

El anhelo del tiempo © [ SERÁ RE-EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora