VII

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En el aire se percibe la esperanza, brizas batientes de occidente. Andas por ahí, contra vientos y mareas, reticente a los designios, aún más a sus encantos. Cautiva de los anhelos del tiempo, el añoro de vuelta al hogar, a la tierra que te vio nacer...

¡Oh, labios ardientes no intercedas! No desafíes a tus propios temores, rememora tu entredicho, no desafíes el apego, la voluntad del afecto.


El hombre cambió de postura, se removió un poco en su silla y se inclinó hacia delante enarcando una ceja perfecta. Con los dedos rascándose la mandíbula, meditó meticulosamente su siguiente movimiento. Tomó el alfil a c4 en respuesta a mi anterior movimiento, retrasando su estrategia. Debía cambiar la mía indudablemente, ¿pero cómo bloquear al peón antes de que lograra el jaque mate? Recordé que la mejor opción para anular de manera eficaz la victoria, era meter el pastor de cuatro turnos. Ante esto, él retiro a su reina a f3 en seguida y yo tambaleé en mi jugada, literalmente comencé a dudar sobre mi control, pero rápidamente opté por proteger a mi peón con el caballo. Alcé la vista para mirarlo, percibí el cambio en sus facciones, su semblante lucía preocupado, casi pude sentir mi jaque mate, sin dudas, tenía una posibilidad de ganar, de manera que procedí a deshabilitar su mate pastor y dejarlo en desventaja general; reforcé la defensa como estrategia y de ahí en adelante tuve el control sobre el juego. Al dejarlo sin ningún alternativa disponible y teniendo las piezas del tablero en una posición perfecta me cedieron el triunfo.

—Jaque mate.

Tal como ameritaba la situación, Fernando Viñaspran de Córdoba soltó una carcajada y pronunció con voz jocosa:

— Es usted una creatura de lo más fascinante, señorita de la Vega. La frescura andante—declaró con una sonrisa amplia. Lo cierto era que yo también estaba tan sorprendida como él, siendo un caso insólito y de pura suerte. Opté por apropiarme de la glorificación y alimentar mi ego con un delicado asentimiento—. Jamás conocí a una dama capaz de hacerme añicos en una partida de ajedrez. Cualquier hombre que desee mantener el orgullo propio que se abstenga de confrontarla—concluyó, riéndose a mi costa, no irreverente, desde luego. Al caballero le resultaba gracioso que una mujer pudiera llegar a ser tan buena en el juego como un varón.

—No quise dañar el suyo—le aseguré, con el pecho hinchado de orgullo.

Había sido muy fácil entenderme con Fernando Viñaspran, un tipo agradable, quien poseía tal entusiasmo por la vida que armonizaba tus tensiones y seguramente contagiaría con sus risas al peor de los huraños. La bondad le salía hasta por los codos, a diferencia de su primo, del que no podía decir lo mismo. El señor Viñaspran de Córdoba era casi tan alto como Vicente, de ancha espalda y matices áureos como para dejar a su paso suspiros entre las jovencitas. Para peor de mis desdichas, tenía que admitir que aunque apuesto, no me dejaba sin aliento, ni me hacía malditamente ruborizar bajo los efectos de una sonrisa cínica mientras bailamos al compás del vals.

El anhelo del tiempo © [ SERÁ RE-EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora