XII

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Ojos felinos, una amenaza, el cobro de deudas del pasado asecha.

Entre la negrura del bosque y la turbiedad del alma hay una línea delgada que los separa. No hay olvido, ni perdón para un espíritu descarriado; no se podría ser lo suficientemente bueno para salir en búsqueda de la redención.



"Sal de aquí. Vete, antes de que haga algo de lo que pueda arrepentirme toda mi vida"

Furibundo de celos, pasé la mano por mi rostro rojo de frustración; me di dos palmadas para tratar de suprimir las emociones atribuidas al descubrimiento y a la decepción de saberla ajena. Aunque la ira fue mitigándose, y casi en seguida ingresé a la extraña calma del silencio sepulcral, sabía que llevaría mucho más tiempo poder deshacerse de la amargura y cicatrizar la llaga de un sentimiento no correspondido.

Analicé cuidadosamente los últimos acontecimientos, y por la vía que fuera todo apuntaba a una sola dirección: un individuo despreciable, un maestro de la manipulación capaz de someter, aprovechándose de la ingenuidad de una mujer desamparada.

Y la fiera incontrolable que se apoderara de él se había precipitado a ella sin reparo, reclamarla, porque entre las obligaciones de la duquesa de Mervale se hallaba corresponder en el lecho conyugal con el único fin de darle un heredero. Un heredero que sellara el título. Un heredero que asegurara la continuidad del linaje San Román. ¿Pero en qué diablos estaba pensando? Si la ira avivada de los celos; la sangre ardiente fluyendo a través de mis venas me hubiese dominado por completo, o si la cara de otro hombre dibujándose en mi memoria, sembrando raíces a siniestra, me arrastrara al torrente caos, ahora mismo Carina se encontraría bajo el yugo del escarmiento y entonces jamás, como otra larga lista de cosas, me habría perdonado haberla poseído a la fuerza.

Con el rostro desencajado descubría que en Carina de la Vega deseaba más que un cuerpo al que poseer y sembrarle vida. Pero ella amaba a otro, de sus labios la confesión de haberse entregado a él en cuerpo y alma.

No me dolían los nudillos, exento dada la situación al dolor físico, pese a que los hematomas con sangre se acumulaban justo allí donde se intrinca el puño. Contemplé el objeto desperdigado, una vieja lámpara de bronce y malaquitas, con la agarradera partida en dos y el pico a varios trozos. En segundos, el desastre fue reemplazado por la soledad; el trueno de un relámpago y los fantasmas del pasado.

— ¡Vicente!

Alicia no le tomó importancia a su sombrero cuando voló con el viento y rebotó sobre el pasto. La chica siguió corriendo hacia a mí con la sonrisa resplandeciente ocupándole el rostro por completo. La señorita San Román, volaba con grácil andar y su rostro realmente parecía el de un ángel en la tierra.

El anhelo del tiempo © [ SERÁ RE-EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora