XIV

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Hay más de lo que ves en el espejo, en el hechizo de un espejo ancestral.

No es lo que ves, es lo que fuiste.

Y lo que pudiste detrás del ojo del reloj se encuentra.

Es tu alma la que despotrica en contra de un pasado injusto.

El pasado que enlaza el ayer, el hoy y mañana.

Atrapada como el ave de un futuro venidero.


Fría decepción, no existía otro sentimiento además de un calor sofocante cuando Vicente paró y me acomodó la falda para cubrirme con ella. ¿Qué había sucedido? ¿acaso hice algo mal? Su boca estaba justo allí en los pliegues de mi intimidad; su lengua atrevida humectándome de poderío femenino me hacían sentir vergüenza y placer al mismo tiempo, tanto placer que, cuando se alejó fue como quitarme el abrigo en pleno invierno, él tan ardiente, tan seguro de sí mismo. La respuesta estaba en la llegada muy oportuna de Zela, quien al entrar ni siquiera reparó en nosotros, en ningún momento prestó atención a Vicente, resucitado de entre los muertos, se limitaría simplemente a tomar un cántaro y otros cachivaches y salir con la misma prontitud con la que antes removiera entre todas sus pertenencias.

—Es momento de volver—masculló Vicente tomándome por el hombro. Volví la vista a él y me encontré con su mirada refulgente entre negro y azulada—. Esta casucha es muy pequeña para tres y, por si no pudiste darte cuenta, la gitana llevaba cara de pocos amigos. No quiero ser transformado en un animal, un puerco o una rata ¿sabes?, prefiero seguir conservándome como un apuesto caballero en toda su DUCAL GALLARDÍA posible—hombro a hombro le propiné un golpecito. Él me correspondió con una mueca de dolor, que rápidamente fue sustituida por un gesto travieso. Ahí estaba de nuevo, Vicente San Román, un poco más delgado, y endemoniadamente guapo como la primera vez que lo vi, aunque con un deje de prudencia en el brillo de sus ojos que le hacía ver más mayor.

—Eso es prejuicioso, un estereotipo exagerado. Con tu permiso, iré a hablar con ella.

—Carina...—tomándome por el codo me miró con los ojos entornados.

Pero "con tu permiso" no era más que una vaga expresión, inútil como su intento por detenerme.

—No debe estar lejos, te prometo no alejarme demasiado, ¿de acuerdo? —Vicente soltó un bufido y me zafé de su agarre en búsqueda de la mujer.


Corrí a su lado para ponerme en cuclillas y me aclaré la garganta.

—El duque y yo queremos agradecer tu hospitalidad—tiré de la mala hierba e hice un anillo con ella—. has sido una mujer estupenda, me salvaste la vida, ¿lo sabes no?, y tus hierbas han sido de muchísima ayuda para él ...Zela, estamos en deuda contigo.

El anhelo del tiempo © [ SERÁ RE-EDITADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora