Prefacio

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Cualquier persona que sienta atracción hacia otra persona del mismo sexo se consideraría una persona anormal y rara pero ese no fue mi caso, desde que entré a la adolescencia sentí esa desbordante e incontrolable pasión por los chicos, todo me gustaba de ellos: la perfección de esos cuerpos masculinos, rostros de barbilla cuadrada y fuerte, de voz potente y miradas de depredador.

Nunca tuve miedo de mostrarme tal cuál era — tampoco era que se me volaban las plumas —; ya que siempre fui un chico que no aparentó ser homosexual, tampoco dejaba indicios de ello, me visto como hombre, no soy obvio porque después de todo me encanta los hombres y ser hombre.

Cuando cumplí quince años me armé de valor y les revelé a mis padres, seres querido y amigos sobre mi condición que para mi sorpresa aceptaron con normalidad, fue un minuto de felicidad, pero eso cambia en la secundaria porque apenas supo mi familia no tuve más motivos para esconderme de lo que era (en la escuela), y al saberlo, algunos inadaptados de mente cerrada vivían acosándome y discriminándome. Eso al menos hasta que Eric Sleimman apareció en mi vida: un muchacho alto, de pelo lacio y colorado como el fuego, ojos celestes como el cielo con mirada cautivadora, piel blanca como la leche, cuerpo robusto y con enormes brazos como tronco, pectorales que le marcaba la ropa al cuerpo y le hacía verse más atractivo; él tiene una sonrisa perfecta y blanca, es extremadamente guapo, parecía el David esculpido en mármol vivo por el mismísimo Leonardo Da Vinci. Una obra simplemente perfecta y extraordinaria, la mejor obra maestra de la historia — o eso es lo que pienso — también es muy inteligente, simpático, con un desparpajo natural y muy social.

Él fue quién me defendió de todos aquellos que me hacían la vida un infierno, «todavía recuerdo la primera vez que me defendió de una enorme golpiza que me estaban dando chicos de cuarto año», a partir de ese momento que vi su sonrisa radiante y su mirada cálida hicimos conexión, ese mismo día comenzó nuestra amistad y también fue cuando supe que sería para mí y mi presentimiento fue acertado.
En fin, actualmente tenemos dos años de noviazgo, estamos estudiando Ingeniería en Telecomunicaciones en una prestigiosa universidad, él va a tercer año y yo recién soy un chico de primero.

Las cosas iban bien, casi perfecto diría, pero el cruel destino siempre tiene que interferir sembrando sufrimiento y tristeza en la vida, ese sufrimiento apareció en el momento más feliz de mi vida deseando que nunca hubiera llegado —supongo que es esa gota de oscuridad dentro del  Yang—  y las cosas pasan por algo aunque no entendamos por qué... esa tristeza en persona y pesadilla se llama "Facundo Córdoba".

Lazos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora