Capítulo 10

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Había pasado un tiempo, o eso creí yo cuando pude recobrar la conciencia, estaba cegado por una cinta en mis ojos y un pañuelo tapaba mi boca, estaba maniatado con mis manos en el regazo, lo único que escuchaba era el sonido de de un vehículo que andaba a considerable velocidad y la voz de Felipe y Armando que conversaban entre ellos. Escuchaba como Armando se quejaba por haberse manchado el traje con sangre, lo que no iba a poder ocultar de sus padres, mientras Felipe le decía que tendría que pasar por una tintorería para borrar las evidencias.

Tiempo después le reprochó por la velocidad a la que iba a lo que Felipe refutó que tendrían que ser lo más rápido posibles para no levantar sospechas. Preferí aparentar que seguía desmayado para lograr escuchar a donde me llevarían, pero según sus conversaciones deduje que no sería muy lejano al salón de fiestas, después de todo estaba rodeado más que nada por fincas pequeñas y casas de barrio, próximo a la ciudad capital.

Pasaron unos momentos y recordé el rastreador que me había dado Teófilo, por lo que procedo a tocarlo dos veces, eso lo activaba y esperé lo mejor. Fue a tiempo que lo activé porque diez minutos después paró de rodar el vehículo y sentí como se bajaban para luego sentir que me bajaban a la rastras y me dejaron caer al suelo con estrépito. Para mi mala suerte caí de rodillas sobre un suelo rocoso lo que seguro destruyó el aparato en mil pedazos, si tenía esperanzas de escapar era esa y ahora se veía lejana la posibilidad de lograrlo, me maldecía por elegir tan pésimo lugar para colocarlo y pensé que tal vez, después de todo, el sueño premonitorio de mi madre sea cierto y esa era mi última noche. Me empecé a preocupar por ello.

—Dejaremos el auto aquí para no levantar sospechas de los vecinos —asegura Felipe. —Lleva al imbécil mientras hablo con él.

Entonces Armando me levantó como si fuera una bolsa de papas y me obligó a caminar, fue cuando escuché una tercera voz.

—No me dijiste que era esta clase de trabajo —replica una voz masculina que me sonaba muy familiar.

—Eso no te incumbe, teníamos un trato —replica de mala gana Felipe.

—Lo sé, pero si la policía llega a caer podría ir preso —argumenta.

—No te verás implicado —asegura el sobrino de Eric. —Para que el riesgo valga la pena, duplico la cifra pactada.

Escuché un sonido de duda proveniente del otro muchacho.

—Está bien, pero traten de ser los más discreto posible —accede.

— ¡Tranquilo! El lugar tiene fama de estar embrujo así que si escuchan algo di que son almas en pena que se escuchan en las noches —dice.

Caminamos un largo trecho hasta que siento que corren lo que parecía una gran puerta se metal con un chirrido de bisagras herrumbradas, luego caminamos por unos cuantos cuartos, corrieron muebles y me sientan en una silla destartalada e incomoda. Colocaron mis manos contra el respaldar y me las atan.

Era impresionante lo mucho que se me había agudizado el oído al faltarme la vista pero podía escuchar los pasos de sus suelas de goma hacienso trizas las piedrecillas del suelo y cómo hablaban en voz baja cosas inaudibles para mí. Pasaron minutos cuando siento que uno de ellos se me acerca y me quita la cinta de los ojos, pestañeé unos segundos hasta que la visión se me acostumbró la luz fuerte del recinto y veo a Armando que me sonríe y luego me propina una gran trompada.

—Eso es por haberme roto la nariz —explica con voz gélida.

Todo me dio vueltas y sentía el gusto amargo de la sangre en mi boca que no podía escupir por tener ese trapo en la boca.

—Sácale el trapo —ordena Felipe y Armando le obedece.

Veía casi con poca claridad lo que había allí dentro, sólo unas pocas siluetas de cosas, una mesa y sillas, algunas archivadores antiguos y objetos sin uso. Estábamos en una especie de galpón que tenía pasarelas a los costados por lo que parecía transitaba gente en algún momento. La silueta de un hombre apareció, era Felipe que venía con un guardapolvo blanco y venía colocándose guantes de látex.

Lazos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora