Capítulo 2

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El taxista no quiso seguir escuchando los comentarios de la muchacha e introdujo una píldora de música en un diminuto compartimiento para finiquitar la conversación

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El taxista no quiso seguir escuchando los comentarios de la muchacha e introdujo una píldora de música en un diminuto compartimiento para finiquitar la conversación. Los parlantes empezaron a tumbar con la extraña música que había elegido. Era una clara mezcla entre sonidos de la naturaleza y rock pesado.

Los automóviles se habían atiborrado en la autopista, cerrando el paso a cualquier otro que quisiera cruzarla. La bulla que hacían las bocinas era insoportable. El taxi que conducía a Evan se detuvo detrás de un camión en la larga fila que se había formado.

—¿Ahora qué sucede? —el hombre bajó el volumen de la música y se soltó el cinturón de seguridad que le presionaba su gigantesco estómago.

Hasta ese momento, todo parecía normal, como cualquier día de tráfico, Evan lanzó una mirada hacia la ventanilla y no vio a nadie sentado en el asiento del conductor del coche que estaba junto al taxi.

Las sirenas de varias ambulancias se hicieron notar a lo lejos, intentando abrirse camino entre toda la multitud de vehículos que parecían haber sido abandonados.

Evan sintió un hormigueo en la nuca, el mismo que desde que tenía uso de razón le avisaba cuando había peligro.

—Creo que va a tener que caminar el tramo restante, señorita —le dijo el taxista.

Evan se llevó una mano hacia el pecho y sacó el dije plateado que colgaba celosamente oculto en su cuello. Lo llevó hacia sus labios y cerró sus ojos por una milésima de segundos.

—Como quisiera volver a verte —susurró.

El dije a pesar de tener una forma triangular, parecía una especie de laberinto que podía marear a quien lo mirara con detenimiento.

—Son setenta dólares —le indicó el taxista comprobando la tarifa marcada en la pequeña computadora que tenía conectada al velocímetro.

Evan miró con detenimiento al frente y vio que efectivamente iba a llevarle más tiempo esperar a que el tráfico disminuyera, que caminar una media cuadra. Así que, sin más, le entregó el dinero solicitado al hombre y bajó.

—Gracias —le dijo ella, pero no obtuvo respuesta alguna. Lamentablemente la gente había dejado de ser amable y educada, y muy pocos eran los que mantenían las costumbres cordiales de sus antepasados.

Bajo la espesa y extraña neblina, Evan caminó apresuradamente hasta llegar a la imponente construcción de lujosos acabados. Sin duda alguna, era un enorme edificio de veinte plantas, una fantasía arquitectónica, todo de vidrio y acero, y con las palabras Olympia en un discreto tono metálico en las puertas acristaladas de la entrada.

Evan entró en el inmenso —y francamente intimidante— vestíbulo de vidrio, acero y piedra blanca. Desde el otro lado de un sólido mostrador de piedra le sonreía amablemente una chica rubia, atractiva y muy arreglada. Llevaba una americana verde oscura y la falda marrón más elegante que había visto jamás. Estaba, sin duda, impecable.

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