Capítulo 11

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Evan abrió los ojos de nuevo, y la luz del día entró por la ventana

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Evan abrió los ojos de nuevo, y la luz del día entró por la ventana. Miró a su costado y encontró a Jaidan contemplándola e inmortalizando su rostro en su memoria.

—Quince años tuve pesadillas —dijo—, y tú ahora me devuelves los sueños. Había olvidado cómo se siente una noche de sueño de verdad.

—Soñaremos juntos —le confirmó.

Jaidan le acarició el borde del rostro con los dedos y jugueteó con las puntas de su pelo. Evan se perdió en la profundidad de sus ojos y se quedaron allí acostados durante un rato, sin prisa por empezar el día.

—Qué mal que no podamos ir a ningún sitio —dijo Evan con nostalgia.

—¿Quién dice que no podemos? —preguntó Jaidan.

Alistaron un montón de comida, llevaron algunas mantas y se prepararon para un picnic. Un picnic de un día completo en el jardín de flores con los tintineos de las campanillas del viento.

Comieron. Se tumbaron al sol. Se inventaron un juego con la vista que tenían del campo; uno describía algo, y la otra persona adivinaba lo que era.

Nadie los molestaba, ni siquiera el miedo a ser encontrados por los desalmados ángeles. Ya hacia el final de la tarde, Evan estaba tumbada con la cabeza en el regazo de Jaidan, haciendo una corona de flores mientras él juguetea con su pelo. Después de un rato, sus manos se quedaron quietas.

—¿Qué? —preguntó Evan.

—Desearía poder congelar este momento, justo aquí, justo ahora, y vivir en él para siempre —le contestó insinuando amor inmortal hacia ella.

—Así será —repuso Evan y pudo oír la sonrisa en su voz.

—¿Entonces lo permitirás?

—Lo permitiré.

Los dedos de Jaidan volvieron a su pelo y ella se adormeció, pero antes de que pudiera dormir, Jaidan la despertó para ver el atardecer. De un brillo amarillo y naranja espectacular, detrás de la torre más alta del castillo.

—Pide un deseo —indicó Jaidan—, el que desees.

Evan miró hacia el cielo y pensó por un instante antes de contestarle.

—Quisiera un momento. Un momento que sea eterno; que pueda llevármelo hasta la muerte —contestó.

—¿Un momento eterno? —preguntó.

—Ajá. Eso es lo que deseo —le dijo volviendo la atención hacia él—. Sé que parece una locura —comenzó Evan nerviosamente—, pero...

Jaidan se volvió. Sus ojos, muy verde azules, se detuvieron en ella con una mirada de sólido afecto.

—Evan, te prometo que tendrás el momento eterno.

—¿Alguna idea...?

Jaidan resopló.

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