Capitulo 15

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Hecho a base de reluciente oro, puro y macizo

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Hecho a base de reluciente oro, puro y macizo. Dos aros, se conducían con delicadeza a través de la piel de sus largos dedos.

Ambos, Jaidan y Evan, vestidos de blanco.

Él, llevaba un elegante e impecable esmoquin blanco. El tipo de corte que llevaban todos los novios para casarse en GRASCOVIA. Ella, envuelta en una suave y ligera seda blanca con escote bajo y cintura ajustada, mangas cortas que se ceñían a sus delgados brazos. Y perlas. Perlas por todas partes. Pegadas al vestido, en cadenas formando bellos diseños que se perdían con los encajes y bordados.

De pie, sobre la colina más alta del lugar, que a su vez les mostraba el desafortunado destino que tuvieron las pocas construcciones de la zona. Los dos amantes se tomaron de las manos mientras una agresiva marea de vientos golpeaba sus cuerpos.

—Los dos escogimos juntar nuestras vidas —le dijo al mirarla a los ojos—. Yo, Jaidan Christiansen Aransgi, me entrego a ti, sabiendo que la magia de nuestro amor es caminar juntos, en las buenas y malas, en la prosperidad y en la adversidad. Yo voy a ser tu compañero y tú serás mi compañera todos los días de mi vida, hasta el fin de los tiempos.

—Mi vida se ha vuelto centro de la tuya. Nuestras vidas no son nada si no están juntas. Jaidan Christiansen Aransgi, quédate siempre a mi lado. Ahora que estamos aquí, quiero ante Dios comprometerme a ser tu compañera fiel, tu amiga incondicional, y tu amante eterna, atrévete a construir nuestro destino, porque sé que tanto tú como yo, estamos convencidos que juntos somos mejor que separados. Yo, Evan Maryam Ignassi, seré tu compañera incondicional para todos los días de tu vida, hasta más allá de mi muerte.

Jaidan se conmovió.

—Prometemos amarnos el uno al otro y compartir hasta nuestros pensamientos más íntimos. Prometemos sostenernos, apreciarnos y valorarnos —dijo.

—Vivamos cada día como si fuera el último, y prometamos nunca acostarnos enfadados. Si el dolor entra en nuestras vidas, juntos lo superaremos.

Las palabras de Evan retumbaron en el viento.

—Podrá ser el fin del mundo, pero nunca será el fin de nuestro amor —repuso Jaidan y sus ojos estaban llenos de deseo y besó los labios de su mujer.

A pesar de que no era un matrimonio oficial, para ellos sí lo era. Jaidan y Evan estaban más casados que lo que habría podido hacer un papel y una fiesta.

La noche de bodas fue tan perfecta como mágica. Pronto se deshicieron de las costosas y elegantes prendas blancas que consiguieron. Jaidan se acostó sobre el cuerpo de Evan enredándose en una hambrienta batalla que los dejaba sin aliento, pero cuando ella creyó que se fundiría dentro de él, su esposo la inquietó al deslizar sus labios por su cuello hasta detenerse en sus senos. Los mordía y los rozaba con suavidad como queriendo ser perdonado por esa caricia que lejos de dañarla, le producía placer.

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