Capítulo 18

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Jaidan abrió los ojos abruptamente y vio lo que no había querido ver antes

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Jaidan abrió los ojos abruptamente y vio lo que no había querido ver antes. Unas esposas oxidadas de metal, cerradas alrededor de sus muñecas y pies, con los extremos de las cadenas soldados en el suelo de metal, era lo que le impedían mover sus extremidades con libertad. Miró a su alrededor y solo halló muros oxidados y despintados por el paso del tiempo. No tenía ni la más mínima idea de dónde pudieron haberle llevado los templarios. Sacudió sus cadenas y gritó para que alguien fuera por él. El extraño aroma a playa y el sonido de las olas chocando contra las rocas le proporcionó un poco de información. Sea el lugar que sea, se encontraba muy cerca de la costa.

—Esto no puede ser peor —habló y miró a su alrededor buscando algo para poder hacer ruido y llamar la atención de sus captores.

Una voz gruesa le sorprendió.

—No me explico cómo es que tú y la modelo han logrado evadir a Azmael. Ni siquiera tienen algo, un símbolo, que les proteja.

Jaidan se volvió hacia un hombre de mediana estatura y barba blanca que caminaba con una singular cojera. Sus cabellos plateados, muy cortos, brillaban como un casco de acero bruñido y su boca era dura. Llevaba una vaina a la cintura sobre su grueso cinturón y la empuñadura de una larga espada sobresalía por la parte superior.

Con un grito, Jaidan se abalanzó hacia él... pero las cadenas lo detuvieron, jalándole los huesos al igual que una barra de hierro golpeándole la espalda.

—¿Dónde está ella? —preguntó con su propia voz tensa por el esfuerzo—. ¿Qué es lo que quieren de nosotros?

El hombre le miró airado, pero Jaidan miraba más allá de él, con expresión furiosa y fulminante.

—Jaidan Aransgi —pronunció con claridad—, recuerdo haber leído tu nombre en algún expediente. Hace algún tiempo estaba a cargo la penitenciaria de la ciudad. Pero la pregunta es... ¿qué hace un hombre como tú en compañía de una mujer como ella?

Jaidan cerró sus ojos durante un momento.

—Ella es mi esposa —repuso tratando de no perder los estribos—, ¿dónde la tienen?

El hombre caminó lentamente hacia Jaidan y se cruzó de brazos al frente de él.

—Antes de responder a tus preguntas, necesito conocer ciertos detalles de la vida que estuvieron llevando todo este tiempo.

Jaidan le miró sin comprender.

—Para ser más específico... Quiero saber cómo es que ustedes dos han logrado mantener un nivel de vida adecuado, ya que por el aspecto que tienen no parecen haber sufrido las consecuencias de este mundo apocalíptico.

—Vas a tener que quitarme las esposas si quieres respuestas —repuso Jaidan.

—Muchacho —dijo—, parece que no comprendes la gravedad del asunto. Mucha gente en este barco se está muriendo de hambre, están enfermos y, por desgracia, tú eres el único que nos puede ayudar —explicó—. Hace cuatrocientos días que no veo a un ser humano saludable. Tú y Evan son la única excepción.

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