Capítulo 4

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Los ojos de Evan se abrieron lentamente al sentir los rayos del sol caer sobre sus párpados

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Los ojos de Evan se abrieron lentamente al sentir los rayos del sol caer sobre sus párpados. Estuvo a punto de decir algo... pero se irguió de repente, asustada esperando encontrar a Jaidan.

—¡Jaidan! —le llamó, pero no tuvo respuesta.

Miró a su alrededor y no había rastro alguno de él.

Los leños de la chimenea se habían consumido durante toda la noche y había una espesa capa de ceniza negra que cubría el suelo. Evan trató de levantarse y caminar hacia la salida, pero la sensación de tener el tobillo roto y la presión en sus dedos hizo que se quedara dónde estaba.

—¡Jaidan! —le volvió a llamar, pero aun así su grito no fue escuchado—. ¡Demonios! ¿Dónde te has metido?

Cuando pensamientos negativos empezaron a rondar su mente, Evan decidió quitarse el vendaje del pie. Lo dejó a un lado y vio una protuberancia sobre el hueso. Pasó con cuidado la yema de sus dedos e hizo una mueca de dolor.

—Hay una catarata y una laguna pequeña en la parte de atrás del castillo que podemos usar para bañarnos. Parece que los antiguos dueños no estaban tan locos cuando se les ocurrió construir esto —repuso Jaidan apareciendo de improviso en el salón cargando una caja lo suficientemente grande como para guardar una cafetera.

—Al menos alguien de nosotros sí puede salir a dar una vuelta —murmuró ella.

— ¿No pensarás salir en ese estado? —preguntó Jaidan, y Evan volvió la cabeza justo a tiempo para asentir—. No pensé que fueras tan inconsciente.

Evan emitió un ruidito, una dolorida exhalación de aire.

—Y yo pensé que me habías abandonado a mi suerte en este lugar olvidado por Dios —repuso—. ¿Dónde te fuiste?

Jaidan llevó la caja hacia donde estaba ella y la bajó con cuidado hasta tocar el suelo.

—No quise despertarte —dijo—, parecías realmente merecer un par de horas extra para recuperarte. Además, tu condición física —miró despectivamente el tobillo hinchado de Evan—, nos hubiera traído más problemas.

Evan le miró con frialdad.

—¿Regresaste a la ciudad? —preguntó.

Jaidan negó con la cabeza.

—Fui al bosque a buscar un poco de fruta para desayunar, pero en vez de eso encontré algo mucho mejor —repuso al mismo tiempo que le daba pequeños golpes con la punta de su bota a la caja.

—¿Qué has encontrado?

—Municiones —repuso—. Cosas que seguramente necesitaremos los siguientes días. Como, por ejemplo, paladares de menta y eucalipto para el mal aliento.

Los ojos de Evan se abrieron de golpe.

—¿Por qué? ¿Tengo mal aliento? —sopló sobre la palma de su mano para sentir un posible mal olor.

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