Capítulo 6

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La oscuridad gobernaba la fría noche de GRASCOVIA

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La oscuridad gobernaba la fría noche de GRASCOVIA. Las calles estaban desoladas; un mar de ruinas de concreto y vidrios rotos se habrían camino ante el nuevo panorama. El silencio de esa parte de la ciudad era extraño; se sentía como una pesadilla, pues antes de ser destruida, era una de las más concurridas zonas del lugar. Sobre todo, por los mercaderes y turistas.

Por desgracia, una mujer, solitaria, envuelta en pánico dejó el lugar donde se estaba refugiando y al ver una enorme silueta cerca, corrió sin rumbo alguno dando traspiés hasta caer de rodillas sobre el fango.

—¡Dios! —gritó levantando su sucio rostro hacia el cielo—. ¡Eres un...!

Antes de que pueda terminar su blasfemia, algo la interrumpió. Alguien grande, de contextura fornida y gigantes alas negras que se confundían en la oscuridad como una sombra.

—Oh... mujer... —le dijo aproximándose a la tenue luz que había en el lugar—. Por seres despreciables como tú, es que El Todopoderoso, me ha encomendado esta misión.

Los ojos de la mujer se abrieron de golpe. La boca se le tensó y quedó abierta. Un penetrante frío se apoderó de su cuerpo y la sangre dejó de correr por sus venas.

El extraño sujeto caminó con calma hacia ella y se detuvo a pocos centímetros de distancia. Llevaba una armadura negra, al estilo antiguo, pero elegante, que parecía dibujarle una especie de cuerpo fuerte e indestructible. Cada parte de su cuerpo estaba protegido tras el brillante metal negro con el que fue confeccionada su armadura.

—¿Quién... eres... tú? —preguntó la mujer al ver el rostro perfecto y pálido de su atacante. De cabellos cortos y brillantes, pómulos salientes y mentón recto, cejas pobladas y labios pálidos carnosos.

El hombre le dedicó una risa macabra y extendió sus enormes alas negras en lo alto.

Sus ojos dejaron ver un brillo dorado.

—He sido enviado a este mundo para acabar con ustedes... hijos del pecado —repuso y unas garras asesinas empezaron a crecer exageradamente de sus manos.

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas.

—De polvo fuiste y al polvo serás tornado —le dijo al mismo tiempo que le clavaba sus despiadadas garras en el corazón.

Las lágrimas descendieron por sus mejillas, la piel de la mujer dejó el cálido tono bronceado y se tornó lentamente en uno gris y opaco como la niebla. Sus ojos se cerraron, las venas del rostro se le hincharon y finalmente se convirtió en un monumento de arena, que iba esparciéndose en el ambiente con ayuda del viento.

El hombre miró al cielo y, por un momento, sintió una brisa caliente golpear su rostro. Agitó sus enormes alas y emprendió el vuelo. Hizo piruetas en el aire, atravesó nubes atiborradas y escuchaba el ruido de sus alas oscuras que aleteaban detrás de su espalda.

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