El cielo finalmente había oscurecido al pasar de las horas. Jaidan acababa de terminar de comer la última lata de conservas que le quedaba; como de costumbre, sentado al pie de la chimenea, pensando en ese momento en todas las cosas estúpidas que había hecho hasta ese día. Quizá esas le ayudaron a adquirir experiencias, y hasta cierto punto no se arrepentía, pero había una de la que sí estaba convencido de querer cambiar. La trágica y abrupta separación con Evan.
En los casi tres meses que habían transcurrido desde el holocausto, ella se había convertido en más que solo una simple compañía a pesar de las continuas discusiones que tenían en el día a día. Evan logró ocupar un lugar importante en su vida, incluso en su reprimido corazón, aunque el sentir algo más por ella podría significar la traición a su viejo y primer amor. Pero no estaba seguro si seguir fiel a ese recuerdo, de todos modos, las probabilidades eran casi nulas.
Pero era demasiado tarde. Un infierno de fuego y dolor se había desatado en el cuerpo de Jaidan, royéndole cada pequeña porción de su pecho, cada músculo, cada víscera, hasta los mismos huesos... llamas... Un instante después, las lágrimas descendieron de sus ojos verde azules hasta quebrar en gimoteos de dolor.
El interior de la casa olía a fuego de leña y a pintura fresca, o quizá a algún tipo de barniz. Los ojos de Evan tardaron unos segundos en habituarse a la penumbra del vestíbulo, iluminado por un pequeño rayo de luz que ingresaba por las ventanas. Se notaba enseguida que aquella casa había sido lujosa en otro tiempo. La desgastada alfombra persa que protegía los peldaños de madera, el balaustre de caoba labrada, los pesados marcos dorados de los cuadros... Todo tenía un aire refinado y decadente, acentuado por la mezcla de reflejos verdosos y rosados de las paredes. No se veían telas de araña, ni el más leve rastro de tamo gris... Pero aquella limpieza resaltaba de un modo extraño el desgaste de los materiales del suelo y las paredes.
En uno de los muros, el cuadro de una pareja de ancianos que sonreían juntos abrazados hizo que su corazón se quedara estático por un instante. La imagen de los viejos amantes le oprimió el pecho, como si un nudo de sentimientos estuviera por estallar en su interior, y nuevamente la imagen del rostro de Jaidan se apoderó de su mente.
Evan quería salir, correr hacia el bosque y regresar al castillo para abrazar y tener en sus brazos a Jaidan, pero ella sentía que quizá todas esas emociones escondidas no le serían correspondidas. Así que, sin más, decidiéndose por fin subió de dos en dos las escaleras que conducían al segundo piso.
Al llegar hasta un largo pasillo, caminó lentamente tratando de no tropezar con algún objeto que pudiera presentársele. Al cabo de un momento empujó una de las puertas que estaban entreabiertas. Tiró de la manija y se dio cuenta de que la habitación era un cuarto de baño.
Decidida ingresó para asearse un poco, abrió el grifo plateado para recibir agua en sus manos y sumergió su rostro en ella.
Cuando terminó, se miró al espejo y sonrió con escepticismo. Su pelo mojado parecía de un cenizo brillante, y sus mejillas estaban anormalmente sonrosadas por la violencia del ritual higiénico que acababan de sufrir, pero sus ojos eran los de siempre, limpios, cobalto e intensamente atentos, unos ojos que parecían permanentemente alerta, dispuestos a encajar cualquier imagen en su campo de visión, por insólita que fuera. Ojos serios y cálidos, eso decía siempre Jaidan... En realidad, eran lo mejor que tenía.
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APOCALIPSIA
ParanormalPara Evan y Jaidan el tiempo es un lujo inalcanzable. Algunos dirían que se juntaron en el momento equivocado y que el mundo es realmente injusto. Desafiando todas las leyes y profecías, la pareja, por sus propios medios de estadía y soledad i...