Aviso: Aunque el capítulo tenga el nombre que tiene, que nadie se haga ilusiones, no hay lemon. Qué decir, en su momento no me dio la gana escribirlo. También quiero decir que me disculpo por no actualizar en dos semanas, mea culpa. Pero el que dijo que la universidad era fácil se merece todo mi odio. Eso sí, puedo compensaros. Si queréis que suba hoy otro capítulo más como disculpa, decídmelo en los comentarios y estará publicado esta tarde.
Dazai se dejó caer sobre la cama ajena con los brazos extendidos en forma de cruz pero sin la rigidez de los crucificados. Frente al armario de su habitación, Odasaku cogió una percha y colgó su chaqueta, pulcro e impecable como sólo él era. Sus oídos se deshicieron ante las risitas del adolescente. Lo miró. Ganadas las confianzas propias de unos meses de relación amorosa, el joven ejecutivo se portaba en su casa como si fuese la propia. Y a él no le importaba. Es más, lo prefería. Si con ello lograba crear un ambiente de confort y comodidad, una burbuja en la que lograr que se sintiese protegido y querido, lo dejaría hasta cocinar, por muy mal que fuese a salir aquello. Su único objetivo era conseguir que sus inexpertos sentimientos contenidos a presión aflorasen, que los liberase antes de estallar y romperse por completo. Y aunque a veces le daba la impresión de estar rozando ese fin con las puntas de los dedos, luego llegaba la mañana siguiente. Y se iban con el alba los efectos de la bebida alcohólica que lograba bajar un poco las defensas del chiquillo. Pese a la cantidad de emociones, de amargura y de desesperación que sabía que reprimía, Sakunosuke jamás lo había visto derramar una triste lágrima. No había logrado ni el más mínimo acercamiento a su meta. Estaba tan lejos como el día que lo conoció. Pero es que Dazai era así, hasta él mismo estaba a mil millas de alcanzar sus propios sentimientos. Y a pesar de que en Oda hubiese visto un bote salvavidas, era un niño hundido en un océano de oscuridad con una bola de hierro encadenada al tobillo. No podía nadar hasta la superficie, por mucho que lo desease. Aunque ambos tratasen sin decírselo de llegar a lo mismo, no podían. Quién sabe, eso sí, si esa noche no cambiaría aunque sólo fuese un poco las cosas.
-¿Estás bien? -Cuestionó el mayor de ambos en un tono suave.
-Te refieres a si estoy o no borracho, ¿verdad?
-Básicamente. Más que nada por lo insoportable que eres con resaca.
-Yo también te aprecio.
-Sabes que tengo razón. Si ya eres normalmente como un niño mimado, con resaca te vuelves peor.
-Deja de meterte conmigo. -Le ordenó, torciendo sus labios en un mohín infantil-. Y de tratarme como un crío. A mis quince valía, pero voy a cumplir los diecisiete en nada.
-Para mí, sigues siendo un niño.
-Entonces, eres como Mori-san.
-¿Perdona?
-Un pe-de-ras-ta. -Con una risita taimada, deletreó la palabra. Sakunosuke correspondió a su sonrisa, acercándose a paso lento a la cama-. Al fin y al cabo, te aprovechas de un niño.
-Mentira, nunca te he tocado.
-Pues ya va siendo hora, ¿no?
-Vaya, vaya, parece que a alguien se le han despertado por fin el apetito sexual.
-Cállate.
Con esa misma sonrisa que Oda no sabía discriminar si era falsa o verdadera, el chico lo agarró del cuello de la camisa y juntó sus labios, no falto de cierta demanda. El mafioso de menor rango coló una rodilla por entre las piernas contrarias y se apoyó en la cama, invadiendo esa boca que poseía un sabor demasiado adulto para tan tierna carita. Podía extrapolar eso a todo Osamu. Era un niño, un chiquillo, sí, pero uno que había sido obligado a madurar demasiado rápido, con pensamientos demasiado fríos y sin valores morales algunos. Un niño corrupto por la influencia de la Port Mafia, con la sangre del petrolífero color de esta. Y saberlo, darse cuenta de ello, le rompía el corazón. Por eso lo trataba de infante y, en sus múltiples citas, lo colmaba de mimos y caprichos. Era la única salida que se le ocurría.
ESTÁS LEYENDO
Mafia Black [BSD fanfic]
Fanfiction"Con sólo la luz de la luna iluminándolo, miraba al calmado mar de Yokohama desde aquel balcón. En su mano se consumía lentamente un cigarro de la marca que ese hombre alguna vez fumó. No había llegado a darle ni una triste calada. Sus ojos castaños...