Incluso desde fuera de la casa, que de casa no tenía mucho, se oían los alaridos. Mori contempló la destartalada chabola casi con desprecio, manteniéndose impasible ante los chillidos femeninos que provenían del interior, como si una secta satánica sacrificase una virgen con la peor de las torturas. Tras él, los cinco hombres que lo acompañaban tragaron saliva, horrorizados sólo por el sonido. Bien podrían ser veteranos de la mafia, pero ninguno se hallaba precisamente deseoso de contemplar la masacre del interior. Por tener ganas, ni siquiera Ougai contaba con estas, no nos engañemos. La diferencia entre él y el resto de mafiosos era el grado de crueldad en sangre. La del médico era mucho más elevada que la de cualquiera, independientemente del tiempo que llevase en la mafia. Sólo sería -quizá- superado en el futuro por su hijastro, pero para eso todavía faltaban un par de años. Y únicamente por esta cualidad, o por este defecto según la perspectiva con la que se mire, el doctor se mantenía calmado ante aquellos gritos que helaban el alma.
Cuando estos cesaron, Mori movió la mano para dar la orden de entrar. Su movimiento fue pesado, lleno de dejadez, como si el asunto lo aburriese, mas no falto de elegancia. Él fue también el encargado de dar el primer pasó que reafirmó su directriz. Abrió la puerta sin miedo, a pesar de estar equipado únicamente con su fiel bisturí. Sus hombres lo siguieron, poseyendo ellos cierto temor. Y quién sabe si se debía a que estaban entrando en el infierno o a que Ougai armado con tal artefacto médico era mil veces más mortífero que Lucifer al mando de una horda de demonios después de levantarse con el pie izquierdo.
Cruzar el umbral de la puerta fue darse de bruces directamente con una escena que sólo podría tildarse de grotesca, pues la chabola carecía de más estancias. Por la puerta y por el pequeño ventanuco localizable en una de las paredes de madera mohosa y corroída por las termitas entraba luz más que suficiente para identificar la situación del interior. E incluso una luminosidad tan reducida bastaba para sentir ganas de vomitar, aunque eso se debía principalmente a la fuerte y penetrante peste a putrefacción y sangre, como si los cuerpos del interior llevasen días descomponiéndose. Tal suposición era imposible y dicho olor debió haberlo sido también, pues acababan de morir hacía no más de un minuto.
Unas risas infantiles inundaron los oídos de los mafiosos allí presentes, taladrando cerebros y haciendo palidecer a quienes eran más débiles en cuestiones de voluntad. Sin discriminar entre hemisferio derecho o izquierdo o entre lóbulo frontal o pre-frontal, esas trémulas carcajadas se colaban por los oídos de los hombres, pisoteando despiadadas sus neuronas. Arrodillado en el suelo, frente al cadáver sanguinolento de una mujer que no superaría los treinta años, había un niño muy muy pequeño o un bebé grande. Podría tener tres años recién cumplidos con suerte. Estaba encogido sobre sí mismo y Ougai no sabría asegurar a ciencia cierta si reía o lloraba. Alternaba ambos, escuchándose tan pronto una carcajada desesperada como un sollozo desquiciado. Alzando la mano derecha, Mori les indicó a sus hombres que esperasen y se mantuviesen al margen y en silencio.
Sigiloso como un gato que se pasea por los bajos fondos de la ciudad de los gánsters, el ejecutivo se aproximó al niño. Contempló desde arriba el cuerpo de la mujer. Las facciones de ella se hallaban contraídas en una mueca de horror, desencajadas como si hubiese contemplado algo terrorífico pocos segundos antes de morir. En su mejilla derecha tenía la marca de una mano impresa. La sombra de aquellos dedos que poco a poco perdían el tono morado se asemejaba a la recibida por un tortazo. En sus pómulos y en sus pestañas destacaban manchas de sangre seca, como si hubiese llorado esta. A unos metros de la mujer había un bulto inerte de un ser seboso, seguramente su marido. Ambos tenían una herida sangrienta y mortal en el pecho de la cual aún no cesaba de manar líquido. Por un momento, Ougai pensó que ese niño -obviamente desequilibrado- había sido el culpable. Sin embargo cambió de idea al localizar el arma homicida en manos de ella. Agarraría de por vida aquel cuchillo con el que se había apuñalado gracias al rigor mortis.
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Mafia Black [BSD fanfic]
Fanfic"Con sólo la luz de la luna iluminándolo, miraba al calmado mar de Yokohama desde aquel balcón. En su mano se consumía lentamente un cigarro de la marca que ese hombre alguna vez fumó. No había llegado a darle ni una triste calada. Sus ojos castaños...