Epílogo: Negro mafia

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Con sólo la luz de la luna iluminándolo, miraba al calmado mar de Yokohama desde aquel balcón. Exhibía una sonrisa harto nostálgica. Vivir junto al mar y escribir la obra maestra que culminase esa trilogía que tanto amaba, esos habían sido sus mayores deseos. Dazai no cumplió ninguno. No vivía en primera línea de playa y lo máximo que escribía eran la lista de la compra y los informes del trabajo. Pero al menos su piso tenía buenas vistas al Pacífico. Esa era la única ventaja de vivir en uno de los pequeños pisos del edificio rentado por la Agencia, que para dos se volvía completamente enano. Eso y el no tener que pagar ningún alquiler. Y mientras no construyeran el maldito rascacielos que estaba planeado y que les taparía las vistas, podría seguir disfrutando de las dos. Siendo egoísta, esperaba que la obra se cancelase por la crisis económica y la falta de presupuesto. Al fin y al cabo, salir a respirar y a mirar al océano era, junto a los abrazos de su pareja, lo único que lograba reconfortarlo por las noches cuando soñaba. Como tantas otras veces, había salido sin despertarlo, aunque sabía que su compañero de fatigas acabaría levantándose por su propio pie. Y, sin tener que preguntarle al aire, ya sabría dónde se encontraba el suicida. Porque siempre hacía lo mismo, y sólo había necesitado un par de veces para aprenderse sus hábitos nocturnos.

Su expresión se tornó todavía más agridulce según reflexionaba. En su mano se consumía lentamente un cigarro de la marca que ese hombre alguna vez fumó. No había llegado a darle ni una triste calada, y no pensaba hacerlo. Suspiró. Se parecían tanto esos dos. Tan buenos, tan honestos y llenos de ideales. Poseían todas las cualidades de las que Osamu carecía. Nobleza, humildad, sinceridad, rectitud... y no parecían darse cuenta de ello. Eran sus faros, lo guiaban en la niebla de oscuridad que lo circundaba. El ex mafioso los admiraba, a pesar de que no lo dijera. Admiró a uno en su momento y ahora le pasaba lo mismo con el otro. Y los quería como nunca pensó que podría hacer. Sólo esperaba que él no muriera como Odasaku hizo en su día. No quería volver a pasar por ello. Dos años de depresión hasta entrar a la Agencia y más alcohol del que nadie debería ser capaz de ingerir... Negó con la cabeza para sí mismo, inhalando el humo del cigarrillo que lentamente se consumía. El característico aroma le ayudaba a no pensar en momentos que no deseaba recordar. De poder hacerlo, borraría de su vida y de su piel esos dos años oscuros y todas las cicatrices que durante estos había obtenido.

Sus ojos castaños se enfocaron en las vendas que decoraban sus muñecas, esas que cubrían mil heridas y mil historias. Como aquella noche habían estado demasiado cansados para hacer el amor, no se las llegó a quitar. Y pensó que había soñado con Mori. ¿Lo odiaba? Sí, después de cuatro años todavía lo hacía. Jamás podría perdonarle su muerte, ni aunque los reviviera a él y a los niños. Sin embargo, debía tener en cuenta la razón tras sus movimientos. La mafia estuvo muy cerca de corromperlo por completo, de llevarlo a un punto sin retorno, de hundirlo en un abismo del que jamás saldría. El médico lo supo, y aunque lo hizo de la peor manera posible, lo sacó de allí. Con la calma de esas noches otoñales y el aroma del mar llegando a sus fosas nasales, Osamu se preguntaba si no estaría bien agradecérselo. Luego recordaba que verlo le ocasionaba ganas de clavarle el bisturí en un ojo y daba marcha atrás en sus cavilaciones. Pero incluso guardándole tanto rencor, mantenía muy en el fondo de su corazón la sensación de cariño paternal. Y es que fueron una familia. Una muy retorcida con un funcionamiento pésimo, pero familia al fin y al cabo. La mafia fue su hogar; la mafia fue su vida y su casa durante trece largos años, jamás podría negarlo.

-¿Estás bien? -Al oír su grave voz, el ex mafioso se giró unos segundos la cabeza, para luego seguir mirando al mar. En ese corto intervalo, el otro correspondió su sonrisa con una suave y comprensiva-. ¿Otro de esos sueños?

-Qué bien me conoces, Kunikida-kun. -Comentó, riendo levemente al notar como lo abrazaba por la espalda y besaba su mejilla-. Sí, ha sido otro de esos sueños.

-Y ha debido ser de los tristes.

-¿Cómo lo sabes?

-Sólo me llamas "Kunikida-kun" cuando estamos en el trabajo o cuando te pones melancólico. Y no veo la oficina por aquí.

-Buena deducción. No ha sido triste exactamente pero...

-¿Pero?

-Ha estado lleno de recuerdos. Desde un incendio hasta un día nevado con Chuuya y contigo. -Dándose la vuelta, Osamu se dejó abrazar. Aspiró el aroma del idealista, superponiéndose en su pituitaria el té verde frente a los recuerdos-. Desde unas Navidades en las que recibí ese oso gigante que casi no nos cabe en el cuarto hasta una emancipación... muchas cosas.

-Todo está bien, Osamu. -Le aseguró, posando los labios en su cabeza-. Estoy contigo.

-Lo sé, por eso estoy tranquilo. -Sin cambiar su expresión, habiéndose deshecho del cigarro hacía ya unos minutos, volvió a apoyarse en la barandilla del balcón. Y a pesar de no estar solo, una pregunta murió en sus labios, como un tenue suspiro susurrado a un amante en absoluta soledad-. ¿Crees que mi sangre de verdad es tan negra como cuentan? ¿Negra mafia?

Kunikida entonces se posicionó a su lado, mirando también al océano infinito. No le extrañaba su cuestión. Todas esas veces que soñaba solía salir del paso gracias a alguna interrogación de índole similar.

-Creo que lo fue -admitió-, pero ya no lo es.

-¿Cómo estás tan seguro?

-Porque seguiste el deseo de ese hombre, ¿verdad? De Oda-san.

-Llámalo Odasaku.

-De Odasaku. -Se corrigió-. Ya no estás en la mafia, Osamu. Tú y yo estamos juntos, haciéndolo lo mejor posible para crear una Yokohama pacífica. Si tuvieras todavía la sangre negra no salvarías vidas, y lo haces.

-¿Crees que pueden estar orgullosos de mí? -Cuestionó, alzando la vista a las estrellas.

Al suicida le tembló ligeramente la voz al no saber a quién se refería con tal incógnita. Quién sabe si hablaba de Oda, de su madre, de Mori o de los tres a la vez.

-Lo están. Tanto como yo lo estoy.

-Gracias, Doppo.

-No me las des. ¿Volvemos dentro? No quiero que te resfríes.

-Volvamos.

Y con la última mirada al mar, acordándose de esas pocas personas que habían dejado una muesca de color en su oscuro corazón, Dazai pensó que incluso él podría ser feliz.

Mafia Black [BSD fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora