"-¿Te gustaría salir el próximo viernes? No ir al Lupin sino... Ya sabes, como una cita."
Eso había dicho Odasaku como si fuese lo más casual del mundo y Osamu no lograba comprender por qué estaba tan sumamente nervioso. O quizá sí lo comprendía, pero buscaba negarse la razón a sí mismo, como el protagonista de una comedia romántica barata. No quería pensar en por qué su corazón latía tan deprisa, en por qué sus rodillas temblaban ligeramente o en por qué su rostro estaba rojo. No quería pensar ni aceptar -y mucho menos alegrarse- que el deseo que aquella noche medio año atrás le contó a Chuuya, su deseo de enamorarse, se había cumplido.
Oda y Dazai llevaban ya más de un año viéndose noche tras en el bar Lupin. Su relación de amistad había evolucionado y se había reforzado sin que se diesen apenas cuenta. Antes de que el suicida se percatase, Sakunosuke había deshecho las maletas y se había instalado en su corazón sin tener intención alguna de marcharse. Y es que el joven ejecutivo había sucumbido, había caído en esa trampa mortal, en las redes del primer amor. E ignoraba las opiniones ajenas, a los escépticos que dicen que nunca dura y a los ilusos que cantan que será por siempre el único verdadero. Él sólo daba por válido lo que sentía y de lo que renegaba. Por primera vez en sus tristes dieciséis años de vida, su corazón bombeaba sangre por otra persona. Por primera vez veía a otro ser humano con algo distinto al cansancio, el odio o a la admiración paternal. Por primera vez experimentaba un montón de cosas para las que no creía estar preparado y para las que, visto su cerebro pragmático, quizá nunca estuviese. Pero de lo que sí que no podía ni quería renegar era de esa alegría ilógica que lo inundaba sólo con pensar en que, en menos de diez minutos, Odasaku se aparecería por allí para pasar la tarde a su lado.
De no haber sido por las vendas que cubrían la mayor parte de su piel visible, Osamu habría pasado ante los transeúntes por un adolescente normal y corriente. Su ropa era radicalmente distinta a la que solía llevar en la mafia, aunque igualmente oscura. Unos vaqueros negros con sendos rotos en las rodillas se ajustaban como serpientes a sus delgadas piernas y unas deportivas protegían sus pies del calor del verano. Sobre los vendajes de su torso, una camiseta a rayas blancas y negras destacaba. Las cortas mangas estaban como los pantalones, pero los desgarrones en los bordes también eran parte del diseño. Su simple vestimenta no iba adornada con ningún accesorio. Sus vendas bastaban y sobraban como complemento distintivo, no había razón de usar más. Y, visto el clima veraniego, el principal de sus problemas era ir fresco. Por eso en sus noches de misiones tendía a olvidarse el abrigo de Mori en casa.
Obviamente nervioso, jugueteaba con las astillas de madera del banco en el que estaba sentado. Oda y él habían decidido quedar en aquel parque en el centro de Yokohama, lejos del puerto y del dominio de la mafia. Dejarían atrás sus papeles de recadero y ejecutivo como en Verona quiso hacer cierto par de amantes, para comportarse como personas normales. Pasarían una tarde alejada de todo y de todos, sólo concentrados en disfrutar juntos. Sakunosuke quería que Dazai viviese aquel día, que fuese feliz y riese como cada vez que le contaba un chiste malo. Esa era su única misión, enseñarle que la vida también podía ser divertida para él, que también tenía derecho a ser feliz. Y Osamu simplemente quería estar a su lado y disfrutar de los sentimientos que jugueteaban en su pecho como gatitos con un cascabel. Porque quizá todo aquello fuese una mentira, quizá alguien lo destrozase abruptamente, quizá sus sueños se hicieran pedazos. Quizá la lección tras la compañía de Odasaku fuese tan dolorosa que lo dejaría sin aliento y sin lágrimas pero, precisamente por eso, quería aprovechar todo lo posible.
Al cabo de unos minutos de espera, tan puntual como siempre era, Oda apareció en el parque. Sonreía amable con esa dulce inclinación de los labios que era sólo para él y que hacía que a Dazai le diese un vuelco el corazón. Su vestimenta era sencilla, como la del más joven, pero no por ello se veía menos favorecido. Realmente, sólo con verlo vestido con esa camisa blanca y esos pantalones vaqueros que realzaban el tono de sus ojos, el suicida creía que se le caería la baba. ¿Por qué era tan guapo? ¿Por qué deseaba ponerse esa chaqueta de cuero que llevaba de la mano? ¿Y por qué le sentaba tan bien esa barba de tres días? El universo era injusto con él y con el resto de los mortales.
ESTÁS LEYENDO
Mafia Black [BSD fanfic]
Fanfic"Con sólo la luz de la luna iluminándolo, miraba al calmado mar de Yokohama desde aquel balcón. En su mano se consumía lentamente un cigarro de la marca que ese hombre alguna vez fumó. No había llegado a darle ni una triste calada. Sus ojos castaños...