Probabilidades

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Para Regina los días pasaban lentos y monótonos. Su rutina no variaba ni un ápice y, interiormente, echaba en falta la presencia constante de Emma en su rutina. Desde que esta se había marchado a promocionar su nuevo libro se le hizo extraño salir y no encontrar sus ojos verdeazulados esperándola para ir a tomar café, echaba de menos sentirla a su lado, el suave contacto de sus dedos entrelazados, las llamadas de teléfono a altas horas de la noche...

La joven escritora estaba ocupada y apenas tenía tiempo de escribirle de vez en cuando, lo entendía, había leído su libro en tiempo record, no era capaz de recordar otro libro que la atrapara tanto como ese. La historia que encerraban esas páginas, una historia de toda una vida luchando contra ella misma, contra la vida, contra sus fantasmas y miedos... su narrativa quitaba el aliento y comprendía porque vendía tanto, por qué todo el mundo conocía su nombre, porque ese libro se había vuelto el número uno en ventas en cuestión de días...

Ella conocía a Emma, había visto tras su máscara y sabía que cada palabra de ese libro la describía, era su búsqueda inconsciente, la misma que movía sus pasos, la necesidad de sentirse amada y protegida, de sentir que su vida valía la pena, que era más que un despojo.

Recordó cómo llegó a estremecerse descubriendo las palabras de Emma en su libro, la culpa reflejada, el dolor de la pérdida... Mil preguntas le vinieron a la mente, la primera de todas, la que más miedo le provocaba pronunciar, ¿Qué fue de su hijo? Tras contarle que había estado embarazada y por eso abandonó la mala vida no volvió a mencionar el tema, no parecía una mujer maternal, por no mencionar que su apartamento estaba vacío, vivía sola, estaba sola en el mundo.

Mientras estuvo fuera, Regina descubrió que su Kathe crecía demasiado deprisa, se le empezaban a caer los dientes, tenía preguntas trascendentales sobre la vida, como por ejemplo de dónde salía el chocolate que desayunaba todas las mañanas.

Disfrutaba de cada segundo a su lado, aprendiendo cada día a ser madre pues esa era una lucha constante, su hija cambiaba, crecía y ella debía hacerlo también, amoldarse a los pequeños matices que cada mañana eran distintos, sabía que llegaría un día en el que tener a su pequeña entre sus brazos, preguntándole por el origen de las estrellas, sería solo un recuerdo, que crecería y se marcharía.

Atesoraba cada segundo, se perdía en sus ojos azules, cada vez más verdes o grises, dependiendo del momento, sintiendo un nudo en su estómago pues en un rincón de su mente algo le gritaba que esa peculiaridad la había visto antes y no era capaz de encontrar la pieza del puzle que faltaba.

Adoraba cuando la pequeña le relataba con todo lujo de detalles cada acontecimiento de su día, queriendo hacerla participe de todo, verse realizada en sus palabras, sentirse inmensamente amada sabiendo que era reciproco, que si algo bueno le había dado la vida había sido Kathe.

Ya era tarde cuando salió de su trabajo el viernes, estaba tranquila pues sabía que Mery y Tam se habían encargado de recoger a Kathe y la habían llevado al parque de atracciones, lugar que su hija adoraba en exceso y del que seguramente no dejaría de hablar los próximos tres días. Su mente empezó a perderse en recuerdos, divagando sin quererlo en su niñez, hija única, deseada y amada, sobre protegida en exceso siempre quiso alzar el vuelo, el mundo se le quedó pequeño muy pronto.

Adoraba a sus padres, le habían dado todo cuanto necesitó, todo cuanto quiso, menos libertad. Temiendo perderla, temiendo que se rompiera y ella, rebelde, siempre contra el viento, alzó el vuelo, se alejó de su influencia estudiando periodismo en lugar de derecho, no quería el bufete de su padre, quería viajar, ver mundo, quería realizarse siendo ella misma y no una marioneta, un reflejo de aquello que deseaban para ella.

Tras las huellas de tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora