Estrellas

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El silencio bailó entre ambas, mecido por la brisa, cada vez más helada, que acariciaba sus cabellos con total libertad dotándolos de vida, despeinándolos y liberándolos. Una simple declaración que desencadenó un millar de preguntas que bailaban en sus labios, regalándole a Emma el silencio pues no sabía cómo romperlo sin tocar su alma y destruirla.

Se contentó con la quietud, con mirar su rostro enmascarado y ver mucho más allá, ver las lágrimas que amenazaban con salir lo que le hizo preguntarse qué habría sido del niño que portó en sus entrañas, si lo habría perdido, de no ser así dónde estaba ya que era evidente que Emma vivía en completa soledad.

Cuanto más la conocía más descubría que realmente no sabía nada de ella, era un misterio, un alma rota, hecha añicos, una mujer frágil como el cristal destruido por las piedras.

Empezó a temblar sin quererlo, el viento estaba helado y a la intemperie empezó a refrescar, Emma se dio cuenta del ligero temblor de sus miembros, el leve castañear de dientes y rompió la corta distancia que las separaba, rodeando sus hombros con el brazo y atrayéndola hacia sí misma, buscando otorgarle un poco de calor.

-Hace frío ¿Quieres marcharte?

-"Quedémonos un poco más así, en tu mundo"

-Ya no lo es, lo fue durante mucho tiempo pero ya no pertenezco a este lugar

-"Y ¿Cuál es tu lugar Emma?"

-Aún no lo sé, lo estoy buscando

-"Cuánto más te conozco menos sé de ti, eres un misterio"

-Digamos que solo soy un folio en blanco donde empezar a escribir una historia, todos los anteriores fueron borradores descartados... Háblame de ti Regina

-"¿Qué quieres saber de mí?"

-Por qué decidiste quedarte

La joven reportera se la quedó mirando con el gesto pensativo unos instantes, esa pregunta le había tomado por sorpresa, sobre todo porque no sabía la respuesta.

Como dar nombre a un impulso, a una necesidad más fuerte que su razón, desde que había visto a Emma por primera vez todo su mundo la empujaba hacia ella a marchas forzadas, al igual que hacía ya tantos años en el orfanato cuando vio a Kathe por primera vez y se planteó ser madre, luchó por conseguirlo sin saber por qué era tan importante, por qué después de tantos años negando su instinto maternal y escogiendo la soledad por encima de todo fue capaz de luchar con uñas y dientes para conseguir darle su apellido a una niña olvidada de la sociedad.

Si se ponía a pensar en ella misma, en su pasado, en sus sueños e ilusiones, se dio cuenta de que se conocía mas era una extraña, creía tener claras sus convicciones y estas se tambaleaban y caían en cuanto sus impulsos la dominaban.

Emma la miraba, esperando una respuesta, sin duda con urgencia ya que necesitaba saber el por qué, necesitaba hechos, era una mujer acostumbrada a ser despreciada, una mujer que no sabía acepar el cariño pues nunca lo había recibido, insegura y vulnerable. Suspiró intentando encontrar las palabras adecuadas mientras notaba la mano de Emma enredándose entre sus dedos una vez más.

-"Supongo que me quedé porque eres un reto, uno muy difícil"

-¿Un reto?

-"La primera vez que te vi, la primera vez que hablamos en aquella entrevista, todas tus respuestas, tu supuesta presentación, todo era falso y yo lo supe nada más escucharte, la curiosidad pudo más, necesitaba saber qué escondías tras esas máscaras y cuando lo supe quise quedarme"

-¿Por qué?

-"No lo sé, todo en mi me empujaba a quedarme a tu lado, sigue haciéndolo, eres muy importante para mí y no puedo darte un por qué"

-Gracias Regina

-"¿Gracias por qué?"

-Por quedarte, por respetar mis silencios y escucharme sin juzgar, por no hacer preguntas, simplemente sujetar mi mano como ahora

-"Sé que cuando estés preparada volverás a abrirte a mí y me contarás más, por ahora me conformo con estas pequeñas pinceladas, con descubrirte poco a poco, intentar que me descubras a mí y crear algo bueno juntas, con tiempo y paciencia"

-Yo también lo deseo

Emma le regaló una sonrisa, limpia, cargada de nostalgia y vida mientras Regina seguía preguntándose por el bebé que había llevado en sus entrañas sin exponer sus dudas en voz alta. Empezó a anochecer, la rubia no soltaba su improvisado abrazo y ella se dejaba mecer, sintiendo paz y armonía, disfrutando de los fuertes brazos de Emma, de su aroma a vainilla, de su calor, del cosquilleo de sus cabellos cuando golpeaban su rostro. Finalmente se levantó, apretando con fuerza su mano y, con una mirada, le indicó que debían marcharse, rompiendo su momento de infinita tranquilidad.

Durante el viaje en coche Emma le contó que debía viajar a promocionar el libro en otros estados, asegurándole que la llamaría todos los días y que no sería mucho tiempo, hablaron de anécdotas de viajes anteriores, rieron juntas de historias sin importancia hasta que llegaron al bloque de apartamentos donde Regina vivía.

Como venía siendo ya una costumbre, Emma la acompañó hasta el portal, quedándose unos instantes ambas en silencio y mirándose, analizando sin pretenderlo como en esos meses de reconocimiento, de contacto casi diario, de hablar hasta altas horas de la noche, se habían vuelto cercanas, más que amigas, sus sentimientos sin nombre eran intensos, bailaban en su interior como lava ardiente.

Se despidió de ella, acercándose lentamente, buscando su consentimiento para no dar un paso en falso y provocando que Regina sonriese con ganas y cortara toda distancia, uniendo sus labios en un beso fresco y cargado de vida.

Tras cortar el contacto y con un suave adiós, Regina esperó pacientemente en la puerta hasta que Emma desapareció de su visión, subiendo justo después a su apartamento, vacío y silencioso, las ausencia de Kathe se hacía notar. Encendió las luces y vio brillar la luz de su contestador automático, por lo que a grandes zancadas se acercó al aparato y escuchó sus mensajes, eran de su madre pidiéndole que le devolviese la llamada ya que quería que Kathe durmiese con ellos esa noche.

Resoplando llamó a casa de sus padres para hablar con Cora, esta no tardó en responder solo para escuchar a Regina asegurarle que no había ningún problema porque su nieta durmiese con ellos, haciéndola feliz.

Tras colgar, se dio cuenta de que tenía toda la noche para ella y de pronto no supo qué hacer, acostumbrada como estaba a las rutinas con Kathe. Pensó en llamar a Tamara y Mery para tener una noche de chicas pero luego recordó que estaban en Philadelphia, descartando la idea de inmediato. Podía llamar a Emma, pero tenía miedo de que la joven se confundiera, aun no sabían lo que tenían e invitarla a su casa podía acelerarlo todo de forma irremediable.

De pronto, como una iluminación, recordó el libro que aun estaba en su bolso, el libro de Emma. Era una buena opción para su noche en solitario, sumergirse en el mundo interior de la rubia, conocer un poco más su alma a raíz de sus escritos. Tras prepararse una ensalada, se sentó en el sofá con una manta, encajando sus gafas en su rostro y abrió la novela dispuesta a sumergirse entre sus páginas.

Lo primero que llamó su atención fue la breve dedicatoria, "A mis estrellas", conociéndola como la conocía supo enseguida que una de ellas era su hermana, la otra debía ser el bebé del que le había hablado hacía unas horas.

Con un pequeño nudo en su estómago, pasó las páginas y se concentró en la lectura, sumergiéndose por completo, atrapada por cada palabra.

-"¿Quién soy? Quizás nadie, quizás todo, vine al mundo como todo ser humano, dispuesta a pelear, con miedo a perder, pero sobre todo con miedo a que se olvide mi nombre. Crecí, poco a poco, esquivando piedras, asustada y con miedo, valiente de cara al mundo, mi nombre era mi mayor tesoro, era bello, lo mejor que tenía, lo mejor que tengo..."

Tras las huellas de tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora