Aprendiendo de ti

2.8K 286 1
                                    


No supo qué decir, las palabras no acudieron a sus labios, simplemente esbozó una sonrisa sin poder apartar su mirada aguamarina de la pequeña. La última vez que la vio no era más que un bebé dormido en sus brazos, con sus pequeñas manos aferradas a sus ropas, hacía ya seis largos años. En ese instante su pequeño bebé estaba ante ella, convertida en una niña hermosa, jovial, radiante, su sonrisa infantil y sus ojitos brillando cargados de vida eran la prueba de que había sido feliz, de que Regina le había regalado todo el amor del mundo, le había dado todo cuanto siempre quiso para ella. Su estómago se estremeció y luchó por esconder las lágrimas, cargadas de emoción.

Regina, reparando en ella, dejó el plato con las tortitas frente a Kathe y, quitándose el delantal que siempre usaba para cocinar, se acercó a ella, acariciando los cabellos de su hija amorosamente. Sus ojos oscuros se clavaron en ella y la sacó de sus ensoñaciones en el acto.

-"Buenos días Emma ¿Has descansado?"

-Buenos días, sí descansé... Huele muy bien

-"Supuse que tendrías hambre, también preparé para ti"

Emma la miró, una sonrisa sincera y cargada de sueños adornó su rostro mas la morena consiguió descolocarla por completo con una sencilla petición que no esperaba en absoluto.

-"Voy a vestirme, ¿te encargas de que se tome el desayuno? Puede llegar a ser un desastre"

-¿Yo? No Regina yo no, no sabría qué hacer ni por dónde empezar

-"Primero, ella está aquí, no hables como si no te escuchara y segundo, es sencillo, solo recuérdale que tiene que comer, suele olvidarse cuando se emociona"

Sin darle tiempo a discutir, Regina desapareció camino a su habitación, dejándola completamente sola con la pequeña. Un escalofrío recorrió su espalda mientras tragaba con dificultad y sus ojos se clavaban nuevamente en Kathe. La niña la miraba entre curiosa y divertida, para ella Emma era una mujer fascinante, salía en la tele igual que su mamá, además era esa amiga especial de la que Regina hablaba a menudo, incluso sin darse cuenta.

Hacía mucho que quería conocerla en persona y le resultaba muy divertido ver como su rostro se volvía escarlata por momentos, lo nerviosa que estaba.

No pronunció palabra hasta que Emma se sentó frente al gran plato de tortitas, dejando escapar un suspiro y escuchando los rugidos de su estómago recordándole que estaba hambrienta. La pequeña no podía apartar sus ojos de ella, se preguntaba por qué Emma estaba tan nerviosa, ella solo era una niña. Su lógica infantil lo atribuyó a que su madre se había enfadado con ella, al fin y al cabo su mamá daba miedo cuando se enfadaba, intentando animarla cómo solo una niña puede hacerlo, tomó su mano provocándole un sobre salto.

-"¿Estás nerviosa porque mamá está enfadada contigo? No te preocupes, ella te perdonará, a veces se enfada conmigo y grita mucho, da miedo, pero luego se le pasa y me abraza, me dice qué he hecho mal y que no lo haga más"

-Tú mamá ha dicho que comas

-"Mamá es buena, no tienes que tenerle miedo Emma"

-No le tengo miedo

-"Entonces deja de temblar, si no tienes miedo no tienes que temblar"

La pequeña soltó su mano y empezó a devorar las tortitas, dejando un reguero de chocolate por todo su rostro, dando por zanjada la conversación y completamente convencida de que su ayuda había sido muy valiosa para Emma, al fin y al cabo ella era la persona que mejor conocía a su mamá.

La joven escritora se quedó observando a Kathe unos instantes, sin poder evitar el temblor en sus piernas, cuanto más la miraba más veía en ella sus rasgos, los rasgos de su hermana... su rostro cubierto de chocolate le pareció la visión más tierna del mundo, evocó en ella recuerdos largo tiempo olvidados, cuando ella misma era una niña feliz y junto a su hermana competían para ver cuál de las dos podía comer más tortitas sin empacharse. Con una sonrisa empezó a comer ella también, en un silencio roto de vez en cuando por el canturreo de Kathe, pequeñas melodías seguramente aprendidas en la escuela que tarareaba entre bocado y bocado, feliz, ajena del dolor del mundo, disfrutando de su desayuno sin más.

Tras las huellas de tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora