El camino a tomar

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Tras cerrar ese expediente y devolvérselo a la directora del orfanato, su máscara había sido forjada, más impenetrable que nunca, más fuerte que nunca. Nadie al observarla podría notar como su alma se quebraba en mil pedazos, como su corazón había dejado de latir, como se ahogaba con las lágrimas que retenía con gran precisión.

Su rostro dibujó una sonrisa, hermosa, falsa, una pequeña pincelada de su máscara mientras agradecía sin que su voz se quebrara la ayuda recibida y se marchaba sin mirar atrás.

Al salir del orfanato la cruda realidad cayó sobre sus hombros como un yunque, inconscientemente se dio cuenta de que, aunque se lo negara con ahínco, toda su vida había girado en torno a su pequeña Kathe, la buscaba sin saberlo y ahora que la había encontrado su vida se desmoronaba como un castillo de naipes.

La mujer de la que estaba enamorada había adoptado a su hija hacía cinco años, le había dado un hogar y todo el amor que tenía, una familia, todo lo que ella jamás habría podido entregarle. Sin darse cuenta las calles de Nueva York se cubrieron de gris mientras negros nubarrones cubrían el cielo y una lluvia torrencial caía sobre ella empapándola en un instante, las lágrimas antes esquivas ahora recorrían sus mejillas unidas al aguacero.

A desgana penetró en su apartamento, las luces apagadas le recordaron su soledad, su vida quebrada, le recordaron que debía tomar una decisión y no sabía que camino escoger, razón y corazón entraron en colapso y, entre gritos, se derrumbó en un rincón con el nombre de Kathe en sus labios, con la imagen de Regina en su mente, Regina descubriendo la verdad, Regina pensando que quería arrebatarle a su pequeña. Regina echándola de su vida, Regina mirándola con asco por haber abandonada a su pequeña, Regina odiándola y su corazón destrozado, sabiendo de pronto qué camino tomar.

Los días iban pasando, y cada uno de ellos servía para avivar la sensación de que nada iba bien que Regina tenía en su pecho. Hacía ya tiempo que no tenía noticia alguna de Emma, no aparecía en los estudios para tomar café, no la llamaba ni le escribía, no la sorprendía apareciendo de repente en su portal con una sonrisa, simplemente había desaparecido.

Al principio lo atribuyó a sus máscaras, seguramente las habría levantado una vez más y había decidido poner distancia entre ellas. Odiaba esos arrebatos infantiles que tenía y cuando volviera pensaba ponerle las cosas claras.

Llegó a pensar que estaría ausente por su trabajo, quizás enfrascada en su nuevo libro, que aparecería de pronto con una sonrisa en sus labios, una disculpa, sus ojos verdeazulados brillando, sus labios rogándole por un beso...

Pero pasaban los días y no respondía a sus mensajes, trató de llamarla y no respondía, simplemente había desaparecido sin más pero ¿Por qué?

Era de noche, Kathe y ella habían tenido un día tranquilo juntas, a pesar de esa pequeña espina que tenía en su pecho al mirar a su pequeña, los detalles esquivos estaban ahí, esculpidos en su hija, sus ojos idénticos a los de Emma, sus cabellos, algo más oscuros... Llegó a pensar que se estaba obsesionando, que la desaparición de la escritora le estaba afectando más de lo que le gustaría admitir.

No quería estar sola, se ahogaba sin querer encerrada en su apartamento con la única compañía de su hija por lo que llamó a sus Mery, sabiendo que esta aparecería indudablemente con Tam. Había preparado lasaña, y la mesa para tener una velada amena y divertida. Estaba nerviosa, deambulaba de un lado a otro, no quería pensar, no quería sentir, si Emma se había marchado, sin más, sin decir adiós...

El timbre sonó y Kathe salió disparada a abrir la puerta, la pequeña era inteligente, conocí a su madre y sabía que esta no estaba bien, o entendía que podía haber pasado y su mente infantil la empujaba a arroparla en todo momento, le regalaba sus sonrisas, su eterna alegría, engrandecía su corazón.

Tras las huellas de tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora