Un banco perdido en un parque

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La semana fue pasando lenta y monótona, las pausas a media mañana para tomar café se habían vuelto rutina y más desde ese beso robado bajo las estrellas.

El fin de semana había pasado volando y apenas había podido hablar con Emma, enfrascada en sus obligaciones como madre y en pasar más tiempo con su pequeña Kathe, que crecía a pasos agigantados y la sorprendía con creces con sus ideas e hipótesis sobre la vida.

Uno de los momentos más extraños y difíciles de ese fin de semana sin duda fue cuando su hija le preguntó por los detalles de su adopción. Regina jamás había querido mentirle, era su madre y la amaba con locura pero siempre fue franca con ella, le explicó por qué no había un padre en esa pequeña familia que habían formado, le contó como haciendo un reportaje en el orfanato se había enamorado de ella al instante, todo por lo que tuvieron que pasar para estar finalmente juntas.

Sabía que tarde o temprano la niña se haría preguntas sobre sus padres, los auténticos, mas para dichas preguntas ella no tenía respuesta y todo cuanto podía ofrecerle era su amor incondicional, al fin y al cabo la sangre no hace a la familia sino el día a día.

No tuvo apenas tiempo para pensar en Emma Swan, en su impulsividad, en esa fuerza de juventud que la empujaba a lanzarse sin pensar en nada más, era tierna y dulce pero también peligrosa.

Tras meterse en la cama el domingo por la noche, preparándose para la rutina, un mensaje de Emma en su teléfono le recordó irremediablemente su cita del viernes anterior, sus besos, sus ojos verdeazulados cargados de vida y su máscara destrozada y por los suelos. La joven escritora le recordaba que tenía que hacerle un hueco durante la semana pues quería enseñarle algo más de su pasado y que al día siguiente la recogería para tomar café.

Con una sonrisa en el rostro se preguntó cuándo demonios trabajaba esa mujer ya que siempre estaba disponible y, agotada, acabó profundamente dormida dándole vueltas en su mente a los detalles sueltos que conocía de la vida de Emma y a este nuevo que quería compartir con ella.

El lunes llegó con la habitual batalla ancestral que mantenían madre e hija al comenzar la semana, Kathe se negaba a ir a la escuela y Regina debía pelear con ella intentando no perder la paciencia ya que su hija era cabezota y testaruda.

Cuando por fin consiguió vestirla y meterla en el coche, se sentó frente al volante resoplando pues llegaría tarde un lunes más, recordando mentalmente cuántos favores le debía a Gen por cubrirle las espaldas en sus retrasos. Sabía que era apreciada en la cadena y que sus reportajes tenían mucha fama entre la población por lo que su puesto de trabajo no corría peligro por llegar tarde al principio de la semana, aunque no le gustaba en absoluto.

La dejó en la escuela con un beso eterno, como cada día a la hora de separarse y la vio desaparecer por las puertas del edificio donde estudiaba, pensando en el paso del tiempo, en cuánto había crecido, pensando que poco a poco su niña empezaría a alzar el vuelo y esas mañanas de lucha eterna para no separarse de ella quedarían muy atrás.

Con una sonrisa cargada de nostalgia se marchó en dirección a los estudios, repasando su día y sus quehaceres, pensando de vez en cuando que vería a Emma en unas horas y sus ojos se cubrieron de luz, no sabía qué había entre la escritora y ella misma pero era bonito, tampoco tenía prisa por catalogarlo y esperaba hacerle comprender que era mejor ir despacio, los cimientos debían forjarse o sino al primer temblor todo se caería.

La mañana fue pasando tranquila, entre balances en la bolsa y el aumento de delincuencia en Nueva York, posibles temas para un nuevo reportaje, llegó la hora de su café y, cogiendo su bolso y arreglando sus cabellos, provocando que Gen la mirase inquisitiva, salió de los estudios sonriendo al reconocer ante ella a Emma.

Tras las huellas de tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora