Somos dos

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Mirando el reloj por enésima vez, pasando sus dedos por su cabello negro en un claro tic nervioso mientras sus ojos barrían el lugar y mordía su labio inferior. Todo estaba en su sitio, impecable, impoluto.

Quedaban unas horas todavía para que los servicios sociales le trajesen a la pequeña, habían sido largos meses de papeleo y burocracia, de largas entrevistas buscando si era o no apta para encargarse de una niña.

No pensó en los contras, se dejó llevar por un impulso que nació de su alma, un deseo desmedido de darle a esa pequeña un hogar, estabilidad y amor, si le preguntaban los porqué de su decisión no los tenía pero luchó contra todo con uñas y dientes para conseguir ese sí definitivo, a pocas horas de poder firmar esos papeles, de poder sellar un pasado de abandono y regalar un futuro colmado de cariño, de tropiezos y errores pues era humana, de sueños... los nervios bailaban en su vientre como un volcán.

No tenía ni idea de cómo ser madre, para muchos era joven y no era capaz de dar ese gran paso, su familia la trató de loca en un principio mas, al ver su determinación, su deseo profundo de convertir ese sueño espontáneo en una realidad, la apoyaron sin dudarlo pues si algo definía la personalidad de Regina Mills era su tozudez, quería ser madre de esa niña en especial y nada iba a frenarla.

Sus pasos la llevaron a la habitación que preparó para su hija, sonriendo al pensar en la pequeña como suya, su familia. Esa habitación era el claro ejemplo del cariño desmedido que ya le profesaba, a pesar de que en esos meses luchando por su custodia no había podido verla apenas, solo un par de veces, suficientes para terminar de enamorarse de ella. No había escatimado en gastos, no sabía qué podía necesitar un bebé, tenía la cuna, mil juguetes, ropa, pañales, biberones y mil manuales escondidos sobre cómo ser una buena madre, tenía miedo, era un cambio muy grande en su vida solitaria, tendría a alguien que dependía de ella por completo.

Los servicios sociales habían visitado su apartamento demasiadas veces, certificando que era el lugar idóneo para criar a un niño, aun así repasó cada detalle para que nada fallase, no estando tan cerca, no teniendo al alcance de su mano su meta.

El timbre sonó, sobresaltándola y desbocando su corazón, las horas habían pasado en un suspiro, demasiado deprisa. Sus manos sudaban, estaba tan cerca, a solo unos instantes, abrió la puerta con una sonrisa arrebatadora, sonrisa que los hombres de servicios sociales devolvieron con formalidad, penetrando en la estancia.

Regina intentaba ser buena anfitriona, intentaba que no se notara como le temblaba el alma, mas se relajó al instante en cuanto los ojitos azules de Kathe se posaron en ella. De la mano de la asistente social, la niña la miraba apretando con fuerza un osito de peluche raido y viejo, con un chupete y sus ojitos cargados de sueño la escrutaron con la mirada intentando descubrir dónde había visto antes a esa mujer. Al reconocerla, una luminosa sonrisa tapada por su chupete nació en su rostro infantil, soltándose de la mano de aquella mujer que había ido a recogerla y acercándose a Regina tan deprisa como podía a su corta edad.

La morena no sabía cómo actuar, vio a Kathe acercarse a ella y su primer impulso fue tomarla en brazos, olvidándose por un momento que no estaba sola y que aun no había firmado, tampoco le importó, una sonrisa cálida nació en sus labios al sentir el peso de la pequeña entre sus brazos mientras esta se quitaba el chupete dejando un reguero de babas a su paso y riendo, sus ojos azules brillando llenos de vida.

-Hola pequeña

-Mamá

-Sí, ahora seré tu mamá

Los pequeños brazos de Kathe se enredaron en su cuello, sus balbuceos llegaban a sus oídos mientras la pequeña encajaba su rostro en su cuello, su pequeño cuerpo completamente pegado a ella y sus manos perdidas en sus cabellos oscuros, riendo feliz, sintiéndose segura en sus brazos, llenando su alma de un calor desconocido para ella, un amor profundo, el amor de una madre cargando a su hija, jurándose a sí misma que haría cualquier cosa por ella.

Alzó la mirada para encontrarse con las tiernas sonrisas de los agentes de servicios sociales, meros espectadores de un encuentro demasiado bello. Les devolvió la sonrisa sintiendo como una lágrima se escapaba por su mejilla, una lágrima cargada de emociones demasiado profundas y desconocidas.

-Señorita Mills, creo que es el momento de que firme los documentos de adopción

-Sí, ahora mismo...

Con la niña sentada en sus rodillas y sus bracitos rodeándola sin despegarse, tomó el bolígrafo estampando su firma en esos papeles, sintiendo su corazón desbocado de alegría. Tras la última firma, esos hombres recogieron todo el papeleo, dejándole sus copias y se marcharon tras una breve despedida, dejándolas solas.

Se cerró la puerta de su apartamento y un peso enorme que no sabía que llevaba salió de su espalda, sintiéndose ligera, libre, dejando que la felicidad envolviese cada centímetro de su ser. Se echó a reír a carcajadas mientras abrazaba a su hija, su pequeña, por la que tanto había luchado y sufrido.

-Kathe, mi Kathe, Kathe Mills, suena muy bien

La pequeñaja de cabellos rubios y mirada clara sonreía feliz, le gustaba la risa de su nueva madre, a su corta edad no entendía qué sucedía a su alrededor pero esa mujer le gustaba, le había gustado desde el primer momento que la vio.

Tras disfrutar unos instantes del alivio, de sentir que todo había terminado, Regina se levantó llevando aun a la pequeña en sus brazos, caminó hasta la habitación que había preparado para ella y ahí rió con ganas ante la emoción desmedida de su hija, investigando todos los juguetes, cada rincón de la estancia, volviendo siempre a sus brazos entre risas.

Supo que era el momento de aprender e improvisar, de comprender las necesidades de su pequeña y poder cubrirlas y con sorpresa descubrió que abriendo su corazón no era complicado, era un trabajo de ambas ya que Kathe debía acostumbrarse a su nueva vida, su nueva situación.

Esa misma noche descubrió que la pequeña tenía miedo a la oscuridad, que no le gustaba estar sola y que la buscaba por lo que se la llevó a su habitación, durmiendo juntas las dos, ya no estaba sola, ninguna lo estaba, se tenían la una a la otra, se habían completado sin darse cuenta.

Con el paso de los días Regina descubrió como su pequeña iba creciendo, iba aprendiendo, sus enormes ojos cargados de curiosidad observaban su entorno memorizándolo, en cuanto la adopción fue confirmada y su pequeña aparecía en el registro civil como Katherine Mills se la presentó al resto de la familia, sus padres se enamoraron de su pequeña nieta en cuanto la vieron, tan despierta, tan graciosa y simpática, tan frágil siempre pegada a su madre buscando el calor que esta le regalaba.

Fue creciendo, volviéndose una niña inteligente, aprendió a hablar antes que el resto de los niños de su edad, siempre potenciada por su madre, orgullos y decidida, creció envuelta en amor, sintiéndose feliz, confiada ya que sabía desde el alma que le pasara lo que le pasara su mamá estaría a su lado para protegerla.

Regina observaba, aprendiendo a ser mejor madre con el paso del tiempo, aprendiendo cuándo ser dura, cuándo ser permisiva, llenándose cada día que pasaba de amor por su hija. Aunque no la hubiese llevado dentro la conocía, conocía sus fantasmas y miedos, los espantaba con cariño,

Vivió con cariño junto a ellas momentos de vital importancia, como quitarle los pañales y conseguir que no los necesitara durante la noche, que poco a poco aprendiese a dormir sola en su habitación siempre atenta a ella por si la necesitaba.

Se peleó incansablemente con ella para que comiera verduras y fue transigente a la hora de darle golosinas. Simplemente pasó el tiempo y ambas aprendieron que eran dos, que eran familia, que siempre se tendrían la una a la otra pasara lo que pasara, sintiendo que estaban donde debían, sintiendo que jamás volverían a estar solas.

Tras las huellas de tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora