Fue en el verano anterior.
Las clases habían terminado, y justo había acabado la sesión de estudio con mi instructor, el rabino Rotschild (SÍ, como esa familia que todos esos perdedores en YouTube dicen que controlan el mundo, y créanme: alguien con dinero al menos podría costear un auto hecho en este siglo).
Y de pronto, una alarma de notificación; un mensaje de mi hermana mayor.
—Ven a casa pronto —decía—. TENEMOS que hablar.
—¿Es grave? —pregunté.
—SÓLO VEN —contestó.
Y corrí; corrí tanto como pude, con el corazón en la garganta, esperando lo mejor, pero tratando de alistarme para lo peor.
Y lo peor fue lo que terminaría siendo verdad.
—¡Elliot! —el rabino Rothschild, encargado de la educación espiritual del chico Finegold, le exclamó al verlo cabeceando del sueño —. ¡Despierta, pon atención caramba!
Elliot agitó su cabeza, sorprendido al descubrir que su nulo interés por el legado de su pueblo había sido descubierto.
—¿Dónde me encuentro?
Con un vistazo, lo recordó: justo en medio de la oficina del rabino, en la sinagoga de la ciudad.
—Elliot Finegold, al menos finge si es que te vas a dormir.
—No estaba dormido rabi, ¡lo juro!
—¿Qué país emitió el edicto de expulsión de 1492?
—¿Perdón?
—¡Responda!
Elliot se mordió el labio, pero aunque su mente estaba en blanco, al ver la mirada severa de su maestro, sabía que por lo menos debía hacer el esfuerzo.
—¿Portugal?
—¡Era España, señor Finegold!
—¡Oiga, me acerqué bastante!—Elliot se defendió—. ¡Además, vamos! ¿Qué país NO nos ha expulsado?
—Nuestro pueblo ha sufrido una larga historia de padecimientos, destierros, y hasta matanzas, señor Finegold, eso es sin duda verdad —el rabino declaró con un tono más calmado y pensativo—. No ha sido un camino fácil, pero poco a poco hemos logrado progresar y ganarnos el respeto de nuestros pares en la comunidad.
—Rabino Rothschild —un trabajador de limpieza llamó la atención del clérigo entre abriendo la puerta de su oficina —, me temo que el graffiti de la esvástica en el muro sur de la sinagoga es una mezcla de de pintura de aceite y acrílico; tardaremos más de lo pensado en quitarla.
—¡Lo que sea! —se exaltó, casi saltando de su asiento —. ¡Lo único que me importa es que quite ese horrible símbolo de mis paredes!
Elliot sintió culpa, porque sabía que su propio maestro no había tenido días sencillos, o para el caso, casi todos en la comunidad judía de Mississauga. Y es que aunque parezca un grano de arena en el contexto de los problemas del mundo entero, a granos se hace la playa.
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Mis XV Están En Hebreo
Roman pour AdolescentsElliot ha estado infatuado por Romina, y no puede evitar la emoción al saber que ella lo invitará a su fiesta de XV años, y decide aprovechar para confesar lo que siente por ella. El problema es que Romina no lo invitó, sino Rocío: su hermana menor...