Capítulo XXIII: Recado Original

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No habría fiesta elegante, o algo ostentoso para celebrar tras la ceremonia; era algo tan grande y esperado que se podía decir que era una tradición posterior a otra tradición. Se esperaban regalos, sobres colmados de billetes y congratulaciones totales para un muchacho convertido en hombre.

Lo que Elliot viviría estaba muy lejos de eso, pues para ello, se requería el involucramiento de una familia, y esta había sido mutilada.

No habría un padre para decirle lo orgulloso que se encontraba de él.

No habría una madre tomando fotografías y llorando abiertamente avergonzando al chico festejado.

Pero, al final de cuentas, lo que importaba es que su ceremonia de Bar Mitzvah finalmente iba a llevarse a cabo —un año tarde, pero mejor tarde que nunca—.

El traje le quedaba tan bien como podía; los problemas de la pubertad, en las que el cuerpo crece pero no siempre con todas las partes al mismo ritmo. Elliot se veía en el espejo para asegurarse que no se veía como un espantapájaros por completo, y aclaraba su garganta para proyectar mejor su voz chillona.

Lo único que lo consolaba, era saber que no habrían demasiado invitados en el templo. Su hermana, Noah, quizá su familia si se pudieran separar del restaurante cinco minutos, y ya. Claro, eso también lo hería, pero en ocasiones, las curas duelen.

—Así que, hoy soy un hombre —se dijo al reflejo de un espejo, en la oficina del rabino, mientras se alistaba en los últimos detalles de la ceremonia.

Elliot suspiró.

—No me siento así —pensó.

Alzo sus brazos, al estilo de un fisicoculturista, pero más bien parecía un tallarín forrado de tela barata.

—Ser hombre es ser más que un atleta, muchacho —escuchó en la puerta de la oficina.

—¡Rabino! ¡L-lo siento! ¡Sólo...!

—Tranquilo Elliot —le instó—. ¿Qué acaso crees que no peco de vanidad ocasionalmente? ¿Por qué piensas que tengo el espejo?

—Yo sé que no es un maestro en el sentido tradicional, rabi, pero me es difícil acostumbrarme.

—Llevas estudiando conmigo casi dos años, Elliot.

—Eso lo sé bien, pero... argh, supongo que veo mucha televisión.

—¿Piensas que, todos debemos ser ancianos con largas barbas hablando con acentos de Europa Oriental, no es así?

—Lo haría sonar más sabio.

—En el viejo terruño, los cosacos perseguían a mi padre saliendo de Kiev y... ay, no puedo con eso. ¡Nací a media hora de aquí! —exclamó, tras haber intentado emular un acento de las regiones del este del viejo continente.

—Aprecio el intento, rabino.

—Me gusta pensar que al menos me esfuerzo.

—Lo único que podría pedir ahora —Elliot dijo tras sonreír por un segundo—, es que, en este día, estuvieran...

Y la sonrisa desapareció tan pronto como había aparecido. Y el rabino, incómodo, supo qué quería decir el muchacho a punto de ser hombre.

—Sé que no es común que el rabino haga esto, es decir, eso depende de personas más cercanas al celebrado —dijo, gesticulando con nerviosismo—, pero... bueno.. me he pasado casi el doble de tiempo contigo que con la mayoría de mis alumnos regulares. Eso tiene que contar para algo, ¿no es así?

Mis XV Están En HebreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora