Capítulo XVIII: Un Hermoso Desastre

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Los sueños, sueños son, pero en ocasiones, la realidad puede asemejarse mucho a ellos. Y tanto Elliot como Rocío estaban acariciando los suyos; aquellos que por tanto tiempo habían estado confinados únicamente a las fronteras de su imaginación se habían vertido en lo tangible y concreto: el sentir sus manos, su paso, sus movimientos estaba más allá de lo jamás pensaron que habían deseado.

Había algunas dudas, como podía esperarse de finalmente vivir lo que tu corazón deseó con todo pulso y todo dolor.

—Romina parece un poco más bajita de lo que recordaba —Elliot pensó.

Casi sintió la tentación de quitarse la máscara; ¿cómo podía decir que estaba verdaderamente disfrutando de un momento con su amada si no podía verla a los ojos con toda diafanidad.

Mas, lo que en sus manos sentía, era sólido, era palpable para la piel. El estándar se elevó, al igual que la bara, y eso era imposible de negar.

Y ni que decir de Rocío. Sabía que era su voz, ¡tenía que serlo! Apenas había dicho algunas palabras, pero reconocería el timbre de Elliot en cualquier lugar y en cualquier momento. Intentaba sonar más serio, solemne, digno para la ocasión, ¡pero qué importa! ¡Eso volvía la experiencia en algo todavía mejor! ¡Él se esforzaba por crear un recuerdo que no se iría de su memoria por el resto de su vida! ¡Casi sentía que podía empezar a nombrar a los niños, y eso que no entendía de todo aún el proceso del embarazo!

Pronto, la pareja fue el centro de todos los presentes; hasta la luz los siguió. Algunos más que estuvieron bailando previamente se hicieron a un lado para darles a los bailarines un poco más de espacio.

—¡Lucen adorables! —una señora alcanzó a decir.

Rocío casi sentía que podía caminar entre nubes. Justo cuando dejó de buscarlo, la atención de su amado había arribado en su puerta —o más bien, en su costado—. Toda la amargura, toda la rabia, toda la frustración y la pesadez, de pronto, se volvieron nada. Ninguna báscula podía pesarlos, ninguna regla podía medirlos.

O detenerlos.

—Bailas divinamente —Rocío susurró, intentando emular el tono más femenino y delicado posible.

—Muchas gracias —Elliot contestó, apenado por el halago—, ayuda tener en manos a alguien tan hermosa como usted.

Apenas podía mantener la fachada de ser un caballero, pero estaba funcionando, y no iba a dejar que eso fuese a volverse un desperdicio. Y un par de grados más por las venas de Rocío y podías hervir té en su sangre. Tal así era su conmoción.

Y aunque en un aspecto era todo lo que había deseado, en otros, la visión era diferente.

—Suenas un poco extraño —Elliot comentó.

—¿Cómo dijiste? —preguntó Rocío, tras agitar su cabeza.

—¡Carajo Eli, ya llegaste hasta aquí! ¡No lo arruines! —pensó—. No... no es nada.

Se lo adjudico a que quizá no la estaba oyendo como debía de ser por la combinación del mitoteo a su alrededor con la música de fondo.

Y mientras nuestro bailarín hebreo se debatía su debía pedir un beso o sólo robárselo con la misma seguridad de un cirujano novato en su primera operación sin supervisión, otros dos jovencitos ponderaban sobre uno que justo había sido compartido.

—¿¡Q-qué fue eso!? —Noah vociferó, con las manos temblantes y sudor corriendo por su frente.

En realidad, Romina tampoco sabía qué respuesta dar, así que con todo el valor llenado su corazón... se arrepintió de inmediato de lo ocurrido.

Mis XV Están En HebreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora