Fragua

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Sin dejar de correr, cogió impulso y saltó.

La fuerza de sus piernas le hizo volar sobre el terraplén. Sus pies impactaron contra la roca sólida y tropezó, aunque no tardó demasiado en levantarse y continuar su carrera hacia el refugio.

Se coló bajo la oquedad y gateó de forma apresurada en medio de la completa oscuridad, sin bajar el ritmo a pesar de que notaba como el suelto de piedra le raspaba las manos y le provocaba heridas sangrantes en las heridas.

En cuanto la luz anaranjada le bañó la cara, supo que sobre su espalda ya no había más túnel, por lo que se irguió y trotó hacia el interior de la cueva que les servía de refugio. Se cruzó con varios hombres que se apartaban de su paso al reparar en su cara, desesperada y angustiada.

Jadeando, al fin encontró la razón de su carrera, y lo llamó a voz de grito mientras agitaba la mano en el aire:

- ¡Hirgon! ¡Hirgon!

El líder de los proscritos apartó la vista del mapa que estaba estudiando y abrió los ojos como platos cuando le vio llegar a la carrera.

- ¡Eoghan! ¿Se puede saber qué ocurre, muchacho? ¡Tendrías que estar fuera, haciendo guardia!

El pobre joven patinó ante el antiguo montaraz y jadeó.

- En eso estaba, pero... he visto una cosa... muy extraña.

El hombre pelirrojo frunció el ceño.

- ¿A qué te refieres?

- Se acercan cinco carros llenos de hombres, Hirgon.

- ¿Cómo dices?- cuestionó, parpadeando. Eoghan asintió, histérico.

- Y eso no es todo, de los carros tiran caragors, Hirgon- vio la incredulidad en los ojos de su líder y añadió-. Te lo juro por mi barba, Hirgon, las bestian tiran de los carros como si fueran mulas de carga.

- Eso es impo...- el hombre se cortó en mitad de la palabra, su mente de pronto ocupada por unos ojos celestes que brillaban en las penumbras- Melania.

- ¿Qué?- dijo Eoghan, que no estaba familiarizado con el verdadero nombre de la Aparición.

- La Aparición. Los caragors obedecen su voluntad, es la única explicación posible- explicó. Unos cuantos hombres que se habían reunido en torno a ellos para oír las noticias resoplaron, el mensajero entre ellos.

- Oh, vamos, Hirgon, nadie puede controlar a esas bestias, ni siquiera ella.

- Lo que dice Hirgon es cierto, yo también lo vi. Vino a apoyarnos contra los orcos montada en un caragor- dijo un otro hombre.

- Pues no me lo creo- bufó Eoghan, a quien desde su primer encuentro la mujer no le caía muy bien.

- Que no lo creas no cambiará el que las bestias acaten mis órdenes.

Eoghan dio un bote y cuando se giró, la mirada azul hielo de la Aparición lo atravesó, paralizandolo. Esta se quedó mirándolo un rato, ignorando las exclamaciones de los demás, hasta que cambió su objetivo. Se volvió hacia el antiguo compañero de su padre.

- Tengo más de cincuenta hombres esperando fuera, la mayoría de ellos están gravemente heridos. Si quieres que pasen a engrosar tus filas, que tus hombres traigan todos los remedios que puedan, pues la vida de esos hombres pende de un hilo.

Tras unos segundos de silencio, Melania comprendió que Hirgon estaba demasiado sorprendido como para reaccionar. Evitando poner los ojos en blanco, dio media vuelta y se dispuso a buscar a Eryn.

Sombras de MordorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora