Caudillo

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Melania subió la espada, colocándose en guardia, mientras que el formidable orco hacía lo mismo. Él rugió, mientras ella permaneció impasible, tan quieta que de no ser por la brisa que le revolvía los cabellos, hubiera parecido una estatua de mármol.

Repetía las palabras de su tutor como si fueran un mantra: no te confíes, no te confíes, no te confíes.

El caudillo se abalanzó sobre ella. Antes de que la alcanzara, la estatua en la que se había convertido La Aparición cobró vida con un movimiento explosivo: avanzó tres pasos a la velocidad del pensamiento mientras enarbolaba su arma. Esgrimió la espada de su padre en un movimiento oblicuo que detuvo el arma del orco e hizo fuerza para obligarle a subir el brazo, de modo que pudo acercarse aún más.

El Caudillo Mogg trató de apartarle con un potente puñetazo en el costado de la mujer, pero Melania lo bloqueó con su antebrazo y empujó, de modo que desestabilizó al orco, que retrocedió tambaleante.

Melania atacó, directa a su cuello, uno de los pocos huecos que dejaba la armadura de placas que cargaba el orco. El orco no tuvo tiempo para detenerla, así que dirigió un golpe a la rodilla de Melania. Ella tuvo que bajar la espada y bloquear, ya había perdido una oreja, no quería perder una pierna.

El combate siguió. El caudillo peleaba para salvar su vida, puesto que veía el brillo de la muerte en los ojos de La Aparición. Melania luchaba con una letal destreza, sin huecos en su defensa, lanzando ataques demoledores.

Sin embargo, el orco peleaba con la fuerza nacida de la desesperación. Sabía que se enfrentaba a un adversario terrible, así que no se reservaba, lanzando golpes bajos y traicioneros cada vez que podía.

Por su parte, Melania comenzaba a desesperarse: a pesar de que su fachada era la de una inmutable guerrera, por dentro, la sangre le hervía en las venas. Quería acabar con el orco, y quería hacerlo ya.

Sin embargo, la armadura de placas de hierro del caudillo no dejaba muchos huecos a la vista, por lo que no podía atravesarlo de parte a parte como era su deseo. Retrocedió unos cuantos pasos, dándole un respiro al orco, detallando su armadura. Constató que solo dejaba pequeños huecos en el cuello, la visera del yelmo, rodillas y codos.

Tendrás que atacar a esos puntos.

Melania se agachó cuando el orco hizo un movimiento de segada en dirección a su cuello. El sable ardiente de su adversario pasó sobre ella y Melania vio, desde su posición agachada, como las placas de la armadura se separaban en la zona de la axila, dejando un buen agujero para permitir que el caudillo pudiera alzar los brazos.

Ataca ahí.

Melania sintió un potente golpe en el estómago y se cayó hacia atrás: el caudillo la había empujado. Este alzó su arma llameante por encima de su cabeza y Melania rodó. El sable se hundió en la madera del suelo y Melania se levantó de un salto.

Era imperceptible, el caudillo no se dio cuenta, pero unos ojos más agudos lo habrían visto: la mirada de La Aparición había cambiado. La victoria brillaba en sus ojos, porque ya sabía dónde golpear y cómo hacerlo.

Se lanzó hacia el caudillo, que interpuso su arma, los brazos de ambos algo alzados. Melania sintió el calor del fuego en el brazo ante la proximidad de las llamas, pero no retrocedió, sino que empleó aún más fuerza y se acercó al caudillo, quedando las caras de ambos apenas a unos centímetros de separación. Miró al orco a los ojos amarillos y una sonrisa torcida serpenteó por su cara.

Los ojos del caudillo de tiñeron del miedo ante esa sonrisa. Su mente le gritaba que se diera la vuelta y huyera de aquella mujer que portaba la muerte en la mirada.

Sombras de MordorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora