Infiltrados

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- ... no son de fiar. Cualquier esclavo te apuñalará por la espalda, al menos un orco lo hará de frente. Probablemente en la garganta.

Melania suspiró. Aquel dichoso orco no cerraba en la boca en ningún momento y no dejaba de parlotear. Ya le había contado tres veces cuando había empezado su rivalidad con Goroth, le había contado al menos dos veces cada una de las veces que el capitán lo había humillado.

- Me estoy empezando a arrepentir de no haberle cortado la lengua- murmuró Melania.

En ese caso, no podría hablar para darnos información.

- Siempre podrías interrogarlo.

No debemos abusar demasiado, no con el mismo orco. Acabaríamos por debilitar en demasía su mente.

- Por si no estuvieran debilitadas de por sí.

- ¿Qué dices, niña?- se giró hacia ella.

- Que cierres el pico un rato, estoy harta de tantas historietas.

- Pero...

Con una sola mirada, Ratbag dudó de si rebatirle algo a aquella joven era buena idea, pero fue el leve destello azul que iluminó sus ojos café lo que le convenció para callarse un rato.

***

Media hora. Eso era lo que el orco había aguantado callado. Después, había comenzado a parlotear de nuevo, desvariando sobre lo que haría cuando el capitán estuviera muerto y él asumiera su poder. Tenía intención de empezar a ascender de rango y llegar hasta caudillo, quienes solo respondían ante la Mano.

Melania frunció el ceño.

Sus pensamientos son castillos en el aire.

- Y en el aire que respira un granjero.

Se acercaban a una nueva fortaleza, aunque también derruida por el paso del tiempo. Hacía rato que había anochecido, y solo las leves luces de las antorchas de la fortaleza les iluminaban.

Ambos se detuvieron en una construcción, también derruida, que estaba a unos doscientos metros de la entrada de la fortaleza.

Problemas.

- Así que has escapado, ¿eh, escoria?

Melania se volvió a la velocidad del pensamiento, maldiciendo al hablador orco, quien había atraído con su incesante parloteo a una patrulla.

- ¡Defensores!- chilló Ratbag.

Porque sí, el defensor llevaba una larga e imponente lanza. No era una lanza arrojadiza, como las que portaban los cazadores, sino más bien una pica. El orco era alto, mucho más que ella, debía de medir mínimo ocho palmos y estaba recubierto por puro músculo. Melania tragó saliva: esperaba que por lo menos no fuera muy listo y rápido, porque estaba claro que jamás podría ganarlo por la fuerza. Además, estaba recubierto por una casaca de cuero bastante gruesa, lo que también descartaba matarlo con el arco.

Solo puedes atacarle por la espalda. Muévete rápido y cógele por la espalda.

- Claro, genial. Cómo si no fuera lo suficientemente esquivar a esa mole, ahora tengo que hacer que me dé la espalda.

El defensor no era el único enemigo a la vista. Más orcos habían aparecido, más o menos peligrosos, pero todos armados con sables, garrotes con pinchos o cimitarras. Afortunadamente, en el lugar donde ellos habían buscado refugio las cuatro paredes seguían en pie, al menos parcialmente, por lo que los orcos solo se podían acercar a ellos a través de un pequeño pasillo.

Sombras de MordorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora