Capítulo 23: La fiesta

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Los días estaban siendo larguísimos. Me moría de aburrimiento. Tres días en ese infierno de habitación. Pero por lo menos Josh podía estar contento conmigo, no había hecho ninguna tontería. ¡Dios! Cada vez que pensaba en él me moría de vergüenza recordando nuestra última conversación. La diferencia entre una persona borracha y una drogada, es que la primera no se acuerda de lo que ha dicho. Pero yo me acordaba de todo, me había comportado como una niña pequeña llorica. Era bochornoso recordar la conversación. Miré por la cristalera que daba al balcón. La habían bloqueado.

—Tenéis prohibido salir al balcón —murmuré imitando la voz de Josh mientras me acercaba al cristal.

Apoyé la frente en el cristal permitiendo que los rayos del sol me recorrieran el rostro y calentaran la tela del pijama. "Por lo menos no le conté nada de Aron" pensé intentando animarme, ni sobre lo que me contó Sussie. Claro que esto último fue porque le llamaron y se tuvo que marchar. Se había centrado en preguntarme, sobre mi infancia. Mi patética y deprimente infancia. Lo último que quería es que Josh sintiera pena por la pobre chica del cuarto sector. Y le había contado todo lloriqueando, desde la muerte de mi padre hasta que me vi obligada a trabajar con poco más de nueve años para pagar las medicinas de mamá. También me preguntó cómo me había hecho ladrona, pero en un momento de lucidez me negué contestándole "siguiente pregunta" de forma burlona como él había hecho en nuestra conversación anterior. Le hizo gracia porque se rió y, curiosamente, no insistió continuando con otro tema. Como el por qué me había quedado en el Sector 4 pudiendo ir a vivir al Sector 3. Y se lo había confesado sin tapujos, para estar cerca de mi familia y cuidarlos. "Tonta, tonta, tonta" pensé a la par que daba golpecitos con la cabeza en el cristal. Había desvelado mi punto débil sin tapujos: mi familia.

La conversación también había avivado una preocupación que había dejado de lado. No sabía nada de mi madre. Aunque mi hermano me contó que estaba con Poli, no me sentía completamente tranquila. Las medicinas de mamá eran caras y Poli vivía con lo justo, como cualquier persona del Sector 4. Tenía que conseguir contactar con ella para saber qué tal estaba.

Con todo eso en la cabeza dejé que mis ojos recorrieran el exterior. El balcón me impedía ver lo que había abajo. Pero podía ver la mansión vecina y el árbol que tenían. Una punzada de rabia me recorrió por dentro. Mientras yo me preocupaba por pagar unas insignificantes medicinas ellos regaban su árbol. Las plantas eran algo escaso, en el cuarto sector no existían. Por no hablar de que se trataba de algo caro, el agua era un bien muy valioso en La Ciudad.

Me aparté de la ventana y miré a Tony, estaba jugando con un videojuego que le había traído Josh. Por lo menos él estaba entretenido. Había intentado jugar, pero al ponerme el casco de realidad virtual me mareaba. Todavía no estaba en plena forma.

En cuanto se me pasaron los efectos del sedante mi cuerpo me bombardeó de dolores. El doctor tenía razón. Pasé un día casi sin moverme, las manos y el costado me dolían a rabiar. Tony estuvo a mi lado en todo momento, me ayudó para ir al baño, darme de comer, para cambiarme de posición en la cama cuando lo había requerido y hasta para vestirme. Me había sentido como una completa inútil. A Tony por el contrario le sentó bien. Me ayudaba de forma concienzuda como si fuera lo más importante de su vida. Seguía sin hablar pero las pesadillas habían disminuido y le notaba más seguro.

Josh había aparecido muy poco esos días. Exactamente dos veces. Y sólo se dirigía a mí para preguntarme cómo me encontraba. El resto se lo preguntaba a Ann -la chica de la voz aguda- o al doctor, cuando éste estaba presente. Me sentía como un ratón de laboratorio.

Me paseé con calma por la habitación de camino a la cama. Todavía mi cuerpo no me permitía hacer gestos bruscos. De forma instintiva fui a la puerta. Intenté abrirla. Cerrada. No había cerrojo en el baño y tampoco había cerrojo por dentro de la habitación. Todo el mundo podía entrar en mi habitación sin preguntar, pero yo era incapaz de abrir la puerta para salir. Después de examinarlo varias veces y observar su funcionamiento cuando alguien entraba, comprendí que el cerrojo estaba ligado a la domótica de la casa. Se abría por medio de la huella dactilar. Lo más probable es que las huellas estuviesen registradas en el ordenador central de la casa, permitiendo abrir las puertas solo a aquellos que les daban permiso. Era un sistema que había visto, pero era más habitual en las puertas que daban al exterior. La única forma de anular el sistema era por medio de un descodificador. Helio me había conseguido uno, nada muy sofisticado pero que cumplía su función. Sin él, no tenía nada que hacer.

Sector 0: El despertar (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora