Capítulo 12: Un nuevo amor...

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                         (Seth)

Desde que llegue, las cosas no salieron como lo había planeado. En el avión un tipo que no dejó de roncar durante todo el viaje se sentó justo a mi lado. El avión apestaba y había mucha turbulencia. Además, hubo un “ligero” atraso de treinta minutos, así que perdimos el siguiente avión. Por suerte llegamos vivos, me encontré con mi primo-mejor amigo, así que creo que valió la pena. Me quede esa noche a dormir en su casa y mis padres, junto con mi pequeña hermanita Stephanie, fueron a un hotel. Andrés y yo nos quedamos hablando durante toda la noche y me comento que le gustaba una chica pero que no podía estar con ella por cosas extrañas de la vida. Le pregunté cómo se llamaba pero no me quiso decir. A la mañana siguiente, cuando desperté, no había nadie en la habitación y la cama del frente, en la que había dormido Andrés, estaba bien tendida. Con típica sabana negra cubriendo la cama. Su guitarra que le regalé hace dos años, sigue en perfecto estado en una esquina sobre una silla. Sobre su mesa de noche de madera oscura, estaba su lámpara de lava azul, y un pequeño auto de colección. Lo reconocí inmediatamente. Era el auto que habíamos comprado cuando éramos chicos, con todos nuestros ahorros, ya que era edición limitada. Nos lo turnábamos, pero cuando mi abuela murió, y mi madre quedó muy afectada tuvimos que mudarnos a Alemania. Entonces, le dije que se lo quedara. E ahí una de la muchas historias de nuestra infancia. La última de hecho. 
Me levante lentamente, me conduje hacia la cocina y abrí el refrigerador. En la puerta había una nota

“Seth, me tuve que ir a la escuela y como no despertabas con nada…-en ese momento solté un pequeña carajada- Te deje el desayuno en la zona “D”. Espero que no te hayas olvidado de eso. Te espero en la escuela después del almuerzo. Adiós”

Otra linda etapa de mi (en ese entonces) perfecta vida. Me dirigí hacia la “D”, que era el mejor escondite de todos. Subí hasta el piso de arriba, y entre al baño. Levante la alfombra que estaba a los pies del inodoro. Ahí, había un pequeño hueco. De ahí, saqué una minúscula llave. Para no perderla, la puse en mi mano y cerré fuerte el puño. Me dirigí otra vez a la cocina, directo al refrigerador. Me agache con pesar, y mire lo que había debajo de él. Pude ver una caja, muy baja pero amplia; era de un color café oscuro y tenía figuras abstractas pintadas de dorado. Estiré mi brazo lo más que pude y agarré la caja. No estaba con telarañas ni polvo, estaba limpia, lo cual indicaba que mi desayuno si estaba ahí. En el borde izquierdo, había una pequeñísima cerradura, con un hueco cabal para la llave. Era pequeña, pero irrompible, lo intente una vez, y lo único que resulto roto fueron mis uñas. Metí la llavecita, la giré, y la caja se abrió. Y ahí estaba. El mejor desayuno de todos. Eran los deliciosos panqueques de la tía Verónica. Eran crujientes por fuera, y blandos por dentro. A su lado, estaba un pequeño sobre de jugo instantáneo. Miré bien la marca, y vi que era la marca de jugo que siempre nos comprábamos de niños. Y finalmente estaban las tostadas, una tenia mantequilla, otra tenia mermelada, y la última era un sándwich de huevo revuelto con jamón y queso. Saqué la comida de la caja, y la puse en un plato. El sobre de jugo, lo preparé con agua y me dispuse a desayunar con tranquilidad. Mire otra vez la caja, recordando mi infancia. Entonces, una pequeña nota cayo de la parte de abajo. La leí en voz alta: “Hola otra vez Seth, te tengo un sorpresa, está en el estante al lado del refrigerador. Por cierto, mamá hiso galletas, si quieres, están en el horno. Comételas todas si quieres. Provecho, y espero que tu desayuno de bienvenida te haya gustado. Adiós”. ¿Galletas? Es la segunda cosa más rica que Verónica cocina. Fui hasta el horno, lo abrí y encontré una bandeja entera de galletas de chocolate, de vainilla, y con chispas. Definitivamente es la mejor bienvenida. Después de haber comido el mejor desayuno de todos, fui a ver la sorpresa que Andrés me dejo. Era una caja, que estaba envuelta en papel regalo. Fui corriendo a mi habitación, arranqué vivamente la envoltura y contemple la caja. La abrí, saque el contenido y lo puse sobre la cama. Era el conjunto de ropa que siempre le comente que quería, pero que no podía tener porque era muy caro. Un saco plomo, con bolsillo en los costados, y con grandes botones; una camisa blanca muy fina y un pantalón negro. Me encantaba, pero era para el invierno, y estábamos en pleno verano. Entonces, en lugar del abrigado pantalón, me puse un cómodo Jean oscuro y no me puse el elegante saco. Agregué unos Vans negros, me mire al espejo y ya estaba listo. Saqué mis libros y cuadernos de un cajón, y los puse en mi mochila. Eran recién las nueve y media, así que fui a pie. Por cada objeto que veía, me venía un recuerdo. El árbol del que me caí, el hidrante con el que Andrés se chocó cuando andaba en su patineta, etc… Sin darme cuenta, ya había llegado a la escuela, seguía tal y como la recordaba. Entre lentamente por la puerta principal. Seguí caminando, cuando de pronto  vi a una chica con el pelo rubio, corriendo hacia mí. Me miro, y luego me dijo:

InseparablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora