capítulo 2

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"Hola, extraño"

Seis meses después del accidente que marcará una importante pausa en la historia de mi vida —Si alguien se tomara la solemne molestia de relatarla—, mi madre llegó a la conclusión de que me había convertido en una persona con aflicción crónica. En otras palabras, un amargado. Algo que aparentemente la inquietaba.

Las personas afligidas son, teóricamente, gente con un profundo sentimiento de tristeza, dolor o sufrimiento. Gente que tiende a enfocarse en lo oscuro y negativo, o está inexplicadamente enojada con el mundo.

Darle la razón era reconocer que tenía un problema... otro problema. Así que no, no me sentía así.

En absoluto.

Sin embargo, pensar que en momentos como este podría estar haciendo cualquier otra cosa, me frustraba lo que no estaba escrito. En su lugar, aquí iba yo, conduciéndome con fastidio hacia mi escritorio donde me esperaba mi portátil con una videollamada entrante a la que debía atender por cojones. La primera de muchas que vendrían a lo largo de este año escolar. Porque lo irónico de esto era tener que vivir como algo que había dejado de ser a finales de abril: un adolescente normal y corriente.

Supongo que tenía que hacerme pasar por uno para sobrevivir.

Una vez frente a mi escritorio, contesté a la llamada en un click y, enseguida, obtuve la imagen de una mujer joven «bastante joven», con los rizos recogidos en lo alto de la cabeza. No aparentaba más de veinticinco y se suponía que era mi profesora de inglés, la única en el San Smith cuyo horario se ajustaba a la petición de mi madre para que yo pudiera tomar clases desde casa, dos veces a la semana.

La profesora Gómez adoptó una postura correcta, esculpiendo una sonrisa que no se extendió hasta sus ojos.

—Buenos días, Kenneth Andersen.

Tras no recibir una respuesta ni reacción de mi parte, prosiguió.

—Mi nombre es Isabela Gómez y como ya sabrá, soy su profesora de inglés.

No entendí por qué se refería a mí de usted, pero me limité a escuchar, con el presentimiento de que estas clases a distancia no funcionarían y mi madre tendría que darme la razón.

—¿Listo para empezar?

—¿Tengo otra opción?

—Mmm no, me temo que no —Sonrió a duras penas—. Pero me gustaría asegurar que va a estar prestándome atención.

No hice ningún comentario al respecto. Pensé, por lo que aparentaba e insinuaba, que no debían tomarla muy en serio como profesora siendo tan joven.

—¿Quiere decir algo antes de que comencemos?

—Quiero terminar la bendita clase.

—Sí... —Se detuvo, seguramente tras analizar mis palabras– la bendita clase –Acabó murmurando—. Bien, pues en primer lugar, voy a mostrarte el programa de la asignatura.

Mostró en la pantalla una pizarra pequeña en la que pude apreciar letras negras, difícilmente.

—Necesito que lo copie —indicó.

Y yo aluciné un poco.

—¿No es más fácil pasarlo a PDF y mandármelo al correo? —sugerí, sin mover un dedo. Isabela bajó la pizarra y otra vez era su rostro el que estaba en la pantalla.

—Buena idea, lo pasaría por alto. Perdona, es mi primera clase de este tipo.

Sonrió nerviosa. Sacó un bloc de notas de alguna parte, le echó un vistazo, tachó lo que fuera y anotó otra. Me impacienté con lo poco serio que estaba pareciéndome esto.

Sobre Ruedas (literalmente) #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora