Capítulo 14

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"Acostúmbrate o abandona"

Avanzamos por el pasillo más largo del hospital, de paredes blancas y pulcras. Era la gran vía del centro médico, donde se cruzaba todo el mundo para la mayor sala de espera, la cafetería, los baños de la planta baja o la librería. Cuando estaba ingresado, era una pesadilla salir de mi tranquilo ala para cruzar por aquí, por cualquier razón.

Ahora mismo había poco movimiento. Eran casi las ocho de la mañana y a esta hora, como mucho, circulaban enfermeras y enfermeros que acababan de llegar o acompañaban a algún paciente al baño.

No me veía el rostro, pero sabía que mi cara en estos momentos era de muy pocos amigos. Era automático. Este lugar suponía una pesadilla para mí, anclado a malos recuerdos y malos olores. Llantos y gritos de dolor, ajenos. Y mis noches más oscuras.

Era deprimente.

Me empezaba a doler la frente de lo arrugada que la debía tener.

Cuando tuvimos que venir por alguna revisión, después de que me dieran el alta, no cruzábamos este corredor de la muerte. Había otra entrada directa a la que suele ser mi ala, pero el edificio Crawford se conectaba con este a través de un pasillo exterior que había al final, y nos dirigíamos allí.

El sistema Crawford era privado, una especie de consorcio con el hospital.

Massimo nos estaba acompañando. Él seguiría siendo mi médico de cabecera y tenía que estar presente para todo en lo que se procedería.

Tenía el corazón latiéndome hasta en los oídos, aunque aparentara estar tranquilo. No había vuelta atrás y no debía haberla, me iba a someter al sistema por mi bien y es todo lo que debería importar.

No podía evitar encontrarme tan nervioso, sin embargo.

Cruzamos aquel pasillo exterior, de suelo húmedo por la lluvia de esta mañana, y atravesamos la entrada del edificio Crawford. Desde la recepción ya parecía que hubiéramos hecho un salto temporal hacia el futuro por su diseño interior: sofisticado, tecnológico, costoso. Me impresionó la primera vez que vinimos y me volvió a impresionar hoy.

Se nos acercaron dos jóvenes, con sonrisas de anuncio dental. Parecían dos gotas de agua salvo porque uno era rubio y el otro pelinegro.

—Buenos días —saludó el rubio. Mi madre y mi médico respondieron— Kenneth Andersen, ¿cierto?

No estuve seguro de si me lo preguntaron a mí o a los adultos que me acompañaban, porque me miró y los miró a ellos por encima de mí. Deseé renunciar a mi nombre. No era yo. Dejadme en paz.

Katherine contestó y seguimos a los dos chicos, como pidieron amablemente, hasta un ascensor. Había una cuenta regresiva invisible que me ponía cada vez más inquieto.

El ascensor resultó ser todo un búnker futurista. Blanco, con luces led. Las instalaciones del edificio sí que entretenían. Tuve la extraña sensación de encontrarme en una nave —no como el Apolo 11, algo más actual, tal vez de la ingeniería de Space-X— despegando hacia el espacio, mientras subíamos a la cuarta planta. Lo que me puso más nervioso.

Mi cabeza, en segundos, se volvió un caos de mil pensamientos raros, sin conexión ni contexto. De todos, sobresalían paradojas de la mecánica cuántica danzando en mi cabeza, exactamente como cuando tuve el accidente. ¿Me aferraba al mundo cuántico cuando me apresaba el miedo? ¿Era mi último pensamiento? ¿Por qué?

Sobre Ruedas (literalmente) #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora