capítulo 3

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"Un chico y una silla automática. Daniel pt.1"

Odiaba los días en los que teníamos que ir al hospital, básicamente porque mi madre volvía con las esperanzas de que, algún día, podía volver a caminar. El famoso sistema quirúrgico Crawford del que nos habló Massimo, mi médico, al parecer había hecho milagros con todos los pacientes que se habían sometido a él. Muchos de ellos habían estado en mis mismas condiciones, en las que, la lesión nerviosa en mi espina dorsal y en el cerebro dificultaban que un fisioterapeuta pudiera servirme de mucho incluso a la larga, pero seguía entrando en el cuadro del sistema como paciente apto.

En teoría, la operación me devolvería las piernas si cumplía con todo lo que se tuviera que cumplir, algo que sonaba surrealista teniendo en cuenta que sólo llevaba así seis meses como para merecer un milagro. Sí, es muy posible que ese pensamiento fuera estúpido, mas pensar en volver caminar, de la noche a la mañana, no parecía posible. Y más que eso. Me acojonaba.

Mi madre tenía esperanzas, mentiría si dijera que yo no, pero mi mente estaba abierta a todas las posibilidades. ¿Y si yo no cargaba con la suerte de esos otros pacientes? Porque Massimo no descartó la posibilidad de agravar mi estado si la operación no resultaba exitosa.

Hoy fuimos concretamente a conocer los riesgos que podría correr, informarnos de más detalles y recibir las hojas donde teníamos que firmar. Todo estuvo bien para mi madre hasta que supo que tenía que firmar mi padre también.

—Sigo sin entender por qué no dije que estaba muerto.

Se autoreprochó mientras conducía por la carretera principal, de vuelta a casa.

—No quiero ver a ese hombre y no tengo que pedirle absolutamente nada —profirió sobre el volante.

Para su desgracia, figuraba legalmente como su hijo, algo que ella misma hizo posible y que a día de hoy consideraba uno de sus mayores errores.

—Lo único que hizo por ti fue ponerte ese nombre tan raro y al día siguiente se largó. ¿Ahora necesitamos contar con su aprobación? ¡La legislación de este país es una mierda!

Podía no parecerlo tanto, pero ahora mismo estaba cabreada.

Katherine Wilson era una mujer trabajadora y una luchadora constante. No ha habido ningún momento, desde que tengo memoria, en el que mi madre no estuviese luchando por algo o contra algo en específico, sin mencionar la lucha que llevaba desde que me tuvo. Era la mayor de cuatro hermanas y venía de una familia humilde. Logró salir adelante sola, sin el privilegio de unos padres que pudieran permitirle estudios universitarios, aunque siempre decía que la dieron lo mejor: todo lo que pudieron y mucho amor.

Ahora tenía un trabajo estable como psicóloga infantil y un buen sueldo. Se había encargado toda mi vida de que no me faltara nada, ¿y cómo se lo pagué yo? Cagándola tanto que acabé sentado e inútil.

Nada me atormentaba más que eso, y cualquier cosa a lo largo de cada día me lo recordaba.

Vivir nunca antes me había pesado.

—Ese hombre no tiene nada que decidir sobre ti —añadió.

Desde luego que no, pero no había nada que pudiésemos hacer contra el hecho de que yo era biológica y legalmente su hijo.

—No es algo que vayas a suplicarle, tiene que firmarlo. No hay razón para que no lo haga —aporté, despreocupado. Tenía un leve dolor de cabeza y el olor a hospital, al que nunca iba a acostumbrarme, todavía pegado en mi olfato.

De todas formas, no había decidido si quería o no someterme a esa operación. Si firmábamos, sería dentro de cuatro meses, en Febrero.

Katherine no volvió a comentar en voz alta nada al respecto. Yo tampoco volví a decir nada, sabía cómo le alteraba el tema de mi padre.

Sobre Ruedas (literalmente) #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora