Eran las once y media cuando Camila Cabello salió de los multicines con el resto de quienes acudieron al cine esa noche de viernes. La película había estado bien, un alegre retozo que la había hecho reír en voz alta varias veces y la dejó de buen humor. Mientras caminaba a buen paso en dirección a su coche, se dijo para sí que era capaz de distinguir qué película había visto la gente fijándose en la actitud que mostraban ahora. No era tan difícil; las parejas que se cogían de la mano, o que incluso intercambiaban besos en el aparcamiento, obviamente habían visto la de amor y sexo. El agresivo puñado de adolescentes había visto el último thriller de artes marciales. Los jóvenes y bien vestidos profesionales que discutían acaloradamente habían ido a ver En busca de la Felicidad con Will Smith. Camila se alegró de haber escogido la comedia.
Fue cuando conducía de regreso a casa por la autovía brillantemente iluminada cuando se dio cuenta: se sentía bien. Se sentía como nunca se había sentido en varios años. Seis, para ser precisos.
En atónita retrospectiva, se dio cuenta de que llevaba ya varios meses en paz, pero estaba tan atrapada en la sedante rutina de la vida que se había construido allí, que no lo había notado. Durante mucho tiempo se había limitado a existir, a dejarse llevar por la inercia de lo establecido, pero el tiempo había ido actuando lentamente y por fin se había curado, igual que una persona que sufre una amputación se recupera de la pérdida de ese miembro y aprende a hacer frente a las cosas, a disfrutar otra vez de la vida. Su pérdida había sido más mental que física, ya diferencia de un mutilado, había pasado noches enteras, oscuras e interminables, rezando por no recobrar nunca aquella parte de sí misma. En algún momento de los seis últimos años había dejado de vivir con el pánico de que volviera la percepción y simplemente se apoderase de su vida.
Le gustaba ser normal. Le gustaba poder ir al cine como hacía la gente normal, le gustaba poder sentarse en medio de una multitud; antes no había podido hacerlo. Varios años atrás, cuando se dio cuenta de que era realmente posible, se convirtió en una loca por el cine y empezó a tragar una película tras otra, de las que consideraba seguras. Durante mucho tiempo no había podido soportar ni una gota de violencia, pero en el último par de años había conseguido ver algún que otro thriller, aunque no era su género favorito. Para sorpresa suya, todavía no podía ver las escenas de sexo; hubiera creído que esa clase de violencia le habría resultado inmensamente más difícil de aguantar, pero en vez de eso la que le causaba el problema era la imagen de intimidad que proyectaba. Al doctor Cowell gustaba decir que nadie debería apostar nunca acerca de la psique humana, y a ella la divirtió comprobar que tenía razón al decirlo. La violencia que había sufrido en su vida había sido traumática, devastadora, mientras que el sexo sólo había sido meramente desagradable, pero eran las escenas «de amor» las que todavía la hacían cerrar los ojos con fuerza hasta que pasaban.
Salió de la autovía a una calle de cuatro carriles, y naturalmente la pilló el semáforo que había al final de la rampa de salida. Tenía la radio sintonizada en una emisora fácil de escuchar, y respiró hondo, sintiendo cómo se combinaban la música lenta y el ánimo ligero que le había dejado la película en una deliciosa sensación física de contentamiento...
...el cuchillo relampagueó al bajar, con un brillo apagado. Cuando golpeó, se oyó un ruido húmedo, amortiguado. La hoja volvió a elevarse, goteando sangre...
Camila experimentó una sacudida hacia atrás, un inconsciente rechazo físico de la imagen horriblemente real que acababa de pasarle por la mente.
—No— gimió suavemente para sí.
Oía su propia respiración, aguda y jadeante.
—No— dijo otra vez, aunque ya sabía que toda protesta era inútil. Sus manos aferraban el volante, con los nudillos blancos, y ni siquiera eso bastaba para reprimir el temblor que le nacía en los pies y le iba subiendo por el cuerpo. Se miró las manos y vio confusamente que empezaban a temblar a medida que se intensificaban los espasmos.
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Premonición Mortal
RomanceHabía visto suceder el crimen una y otra vez en su mente, y cada vez obtenía más detalles, como si un viento fuera levantando las capas de niebla y cada vez que emergía de una repetición de la visión, más exhausta que antes, más horrorizada se sentí...