La vio en cuanto salió del banco. Estaba sola en su coche, allí sentada, mirándola. El sol de las últimas horas de la tarde se reflejaba en el parabrisas y le impedía ver con claridad su rostro, pero sabía que era ella. La detective Jauregui. Aunque en realidad sólo podía discernir su silueta, lo reconoció gracias a algún primitivo instinto de conservación, una actitud de alerta frente al peligro.
No salió del coche, no la llamó. Simplemente la observó.
Camila fue rápidamente en dirección a su automóvil, negándose fríamente a reaccionar a su presencia. Cuando salió del aparcamiento, ella arrancó y se puso a seguirla de cerca.
Y permaneció allí, pegada a su parachoques trasero, mientras ella se abría paso entre el tráfico normal de la tarde. Si se creía que iba a ponerla nerviosa con aquel juego adolescente, iba a llevarse una sorpresa; sus nervios ya habían sido puestos a prueba en circunstancias más difíciles que aquélla, y había sobrevivido.
Tenía recados que hacer, cosas que habría hecho durante el fin de semana si no se hubiera visto agobiada por aquella horrible pesadilla. No permitió que la presencia de la detective le impidiera hacerlas; si quería ver lo que hacía después del trabajo, le esperaban intensas emociones. Se detuvo frente a la tintorería, donde dejó unas cuantas prendas para limpiar y recogió otras ya limpias. La siguiente parada fue en la biblioteca, a devolver dos libros. A continuación fue al supermercado del barrio. En cada parada, ella aparcó el coche lo más cerca que le fue posible, dos veces a su lado, y aguardó imperturbable a que regresara. Cuando Camila salió del supermercado, Lauren observó cómo empujaba el carro, cargado con cuatro bolsas, hasta la parte de atrás del coche y lo frenaba con un pie para que no se deslizase mientras abría el maletero.
La detective salió del coche y se plantó a su lado casi antes de que el ruido de la portezuela al cerrarse llegara a alertarla. Giró la cabeza bruscamente y le vio allí, imponente y tenebrosa como una tormenta. Llevaba los ojos ocultos por unas oscurísimas gafas de sol. Las gafas de sol siempre la hacían sentirse vagamente incómoda. Como siempre, su presencia física fue tan fuerte como un puñetazo; tuvo que contenerse para no dar un paso atrás.
— ¿Qué quiere?— le preguntó con frialdad.
Ella extendió su mano y levantó sin esfuerzo una de las bolsas del carrito para meterla en el maletero.
—Sólo ayudarla con la compra.
—Toda mi vida me las he arreglado sin usted, detective, de modo que ahora también.
—No es ningún problema—. La sonrisa que le obsequió era a la vez burlona y carente de humor. Cargó en el coche las bolsas que quedaban—. No se moleste en darme las gracias.
Camila se encogió de hombros.
—De acuerdo.
Se dio la vuelta, abrió la portezuela y se sentó al volante. El espacio de aparcamiento que tenía enfrente estaba vacío, lo cual quería decir que no tendría que salir marcha atrás; enfiló por medio del espacio delante y dejó que la detective colocase el carrito o que hiciera con él lo que le viniera en gana. No estaba de humor para ser educada; estaba cansada, deprimida y enfadada. Peor aún, estaba asustada, aunque no de la detective Jauregui, por muy desagradable que fuera ésta; sus miedos eran mucho más profundos.
Tenía miedo del monstruo que había destrozado a Jessica Jones.
Y tenía miedo de sí misma.
Cuando se detuvo en el siguiente semáforo después de salir del supermercado, ya la tenía otra vez a la espalda. Aquella mujer poseía verdadero talento para desenvolverse en medio del tráfico.
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Premonición Mortal
RomanceHabía visto suceder el crimen una y otra vez en su mente, y cada vez obtenía más detalles, como si un viento fuera levantando las capas de niebla y cada vez que emergía de una repetición de la visión, más exhausta que antes, más horrorizada se sentí...