CAPÍTULO 23

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A la mañana siguiente, Mahone estaba enloquecido. Había encontrado a Camila Cabello en el listín telefónico y había buscado su dirección en un mapa. No tenía tiempo que perder; debía librarse de ella lo antes posible. Y después tal vez pensara en la posibilidad de marcharse de Orlando. Normalmente se quedaba en una zona más tiempo, pero aquella maldita vidente lo había trastocado todo. Tenían un retrato robot de él, y quizá no le hicieran mucho caso ahora, pero cuando la vidente apareciera muerta, seguro que le darían mucha más credibilidad.

Se olió un montaje, pero no se atrevía a ignorar la situación. Sencillamente, era demasiado peligrosa para él. Aun así no quiso correr riesgos; cambió la matrícula de su coche por la del automóvil de una vieja del edificio que ya no conducía casi nunca. Al regresar las cambiaría de nuevo, de modo que si había algún policía suspicaz observando el tráfico en la calle de Camila Cabello, cuando investigaran la matrícula verían que pertenecía a una tal señora Edna Fisher, cuyo automóvil no se parecía en nada al que lucía la matrícula. Pero cuando fueran a comprobar el coche de la señora Fisher, la matrícula estaría allí, y eso les convencería de que habían cometido un error al anotar el número.

Sus rubios bucles estaban pulcramente en su sitio cuando partió. Llevar un cabello tan llamativo constituía un brillante disfraz, si se le permitía decirlo. Iban buscando a un tipo calvo. Aquélla era una manera muy ingeniosa de cambiar de aspecto exterior, porque de un modo u otro su cabeza era en lo que se fijaba la gente. Mirarían los bucles dorados y no el rostro que había debajo de ellos, o bien, si lo veían una noche, se fijarían en el cráneo liso y nada más. Simplemente brillante.

Bajó la ventanilla del coche y encendió la radio. Aquél era otro subterfugio psicológico: los policías no esperarían que llamase la atención sobre sí con una radio a todo volumen. Si aquello era una trampa, no esperarían que él tuviera la audacia de pasar por delante de la casa, donde pudieran verlo de lleno. Por ese motivo no habían podido pescarlo nunca. Él era capaz de predecir las acciones y reacciones de ellos, pero ellos no tenían ni idea de cómo funcionaba su mente. Al fin y al cabo, ¿cómo podía alguien sin imaginación entender siquiera lo que era tener imaginación?

De modo que pasó con toda naturalidad por delante de la casa de la vidente, y con la misma naturalidad le echó un vistazo. Había un coche en la rampa de entrada; ¿por qué no estaba trabajando? En las noticias habían dicho claramente que estaba empleada en un banco. Parecía haber muchos coches aparcados en la calle. Volvió a sentir el mismo escalofrío en la espalda. En realidad no vio nada, pero no había llegado hasta allí después de tanto tiempo precisamente por ser tonto; más bien lo contrario. Aquello era claramente un montaje.

No se arriesgó a pasar una segunda vez. Regresó a su apartamento, volvió a cambiar las matrículas y se puso a meditar. Si aquello era un montaje, la policía no permitiría que la vidente permaneciera en su casa, sino que se la habrían llevado a un lugar en el que estuviera segura. Le sería imposible localizarla, y mucho menos llegar hasta ella.

¿Pero habrían hecho eso? La trampa parecería mucho más realista si la vidente pareciera seguir con su vida normal.

Sólo había una manera de comprobarlo. Buscó el número de teléfono del banco en el que ella trabajaba y marcó. Contestaron al primer timbrazo, una joven de voz rasposa que habló en tono aburrido.

—Con Camila Cabello, de contabilidad, por favor— dijo Mahone en tono práctico.

—Un momento.

Otro timbrazo, y después un chasquido.

—Contabilidad—. Otra voz de mujer—. Con Camila Cabello, por favor.

—No cuelgue—. Luego oyó que la mujer decía con voz más distante que indicaba que se había separado el auricular de la boca—: Camila, línea dos.

Premonición MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora