EPÍLOGO

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Lauren saltó de la cama, miró a Camila, se puso de color verde y echó a correr hacia el cuarto de baño. Ella se alzó sobre un codo, estudiando la situación con cierta incredulidad.

—Soy yo la que está embarazada— gritó—. ¿Por qué tienes tú mareos matinales?

Lauren salió del cuarto de baño poco después, más pálida de lo que era.

—Alguna de las dos tiene que tenerlos— contestó, y se dejó caer sobre la cama con un gemido—. No creo que pueda ir hoy a trabajar. Camila le empujó ligeramente con el pie.

—Claro que puedes. No tienes más que comer un poco de pan tostado y te sentirás mejor.

Ya sabes que Verónica se burlará de ti si no apareces.

—Ya lo hace—. La voz de Lauren quedó amortiguada por la almohada—. Lo único que le impide contárselo a todo el mundo es que yo sé algo igual de vergonzoso de ella. Estamos en tablas.

Camila apartó las mantas y salió de la cama. Se sentía maravillosamente bien. Al principio estuvo un tanto revuelta, pero no hasta el punto de vomitar, y esa sensación pasó enseguida. Para ella, claro; Lauren seguía vomitando con regularidad, todas las mañanas, aunque ya había pasado Año Nuevo y llevaba ya seis meses de embarazo. Lauren estaba pagando el precio de haberla dejado embarazada inmediatamente después de la boda.

—Quisiera saber cómo vas a soportar lo del parto— bromeó Camila, echándole una mirada maliciosa.

Lauren gimió.

—No quiero ni pensar en ello.

No lo llevó nada bien. Como acompañante, fue un completo desastre. Desde el momento en que comenzaron los dolores para Camila, Lauren no dejó de sufrir. Las enfermeras la adoraban. La instalaron en una cama junto a la de Camila para que pudiera cogerle la mano; eso parecía consolarle. Estaba pálida y sudorosa, y cada vez que ella tenía una contracción, a Lauren le pasaba lo mismo.

—Esto es maravilloso— comentó una enfermera de más edad, observándole encantada—. Ojalá todos los padres, porque su esposa lo es— aclaró la enfermera, haciendo referencia a la condición de Lauren— pudieran hacer algo así. Puede que, después de todo, haya justicia en este mundo.

Camila le acariciaba la mano. Estaba preparada para llevar aquel trance hasta el final, aunque ello supusiera aguantar aquellos dolores cada vez más intensos que ya amenazaban con convertirse en algo muy serio. Se sentía pesada y exhausta, y la presión que soportaba en la pelvis amenazaba con partirla en dos, pero una parte de ella era capaz todavía de maravillarse por lo de su esposa. ¡Y eso que se suponía que la empática era ella! Lauren había sufrido mes tras mes, todos los dolores, con ella; le gustaría saber cómo serían los dolores de parto en una mujer con su condición.

—Oh, Dios, ya viene otra— gimió Lauren, apretándole la mano, y, claro, su vientre empezó a contraerse. Camila se reclinó hacia atrás, jadeando, tratando de buscar la cresta del dolor y rebasarla.

—Éste será el único hijo que tengamos— jadeó Lauren—. No va a haber ninguno más, te lo juro. Dios, ¿cuándo va a salir?

—Pronto— respondió ella. Notaba la profunda tensión en el interior de su cuerpo. Su hijo no tardaría en llegar.

Y así fue, en el plazo de media hora. Lauren no pudo estar presente durante el parto; el médico se vio obligado a administrarle un sedante que le aliviase el dolor. Pero cuando Camila despertó de una breve cabezada de puro agotamiento, la vio sentada en la silla al lado de la cama, igualmente pálida, casi translucida y exhausta, con el bebé en brazos.

Una amplia sonrisa cruzó su rudo rostro.

—Ha sido duro— dijo—, pero lo hemos conseguido. Es un chico magnífico, es perfecto. Pero de todos modos va a ser hijo único.



FIN

Premonición MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora