Sintió la cólera en su interior cuando la mujer se fue caminando, y se obligó a controlarla, como controlaba todo. Ahora no era el momento de dejarla explotar, resultaría inapropiado. Todo a su debido tiempo. Miró la reclamación que había presentado la mujer y sonrió al leer su nombre: April Meyer, número 3311 de la avenida del Ciprés. La garantía de obtener un justo castigo le daba cierta paz. A continuación, teniendo cuidado de que su cuerpo bloqueara la línea visual de Esther, se guardó el impreso de reclamación en el bolsillo para tirarlo más tarde. Sólo un idiota lo habría dejado por allí encima, tal vez para que algún entrometido lo viera y lo recordara más tarde, y Austin Mahone no se consideraba idiota. Todo lo contrario, de hecho. Se enorgullecía de cuidar hasta el más pequeño detalle.
—No sé cómo puede quedarse tan tranquilo cuando la gente le habla así, señor Mahone— murmuró Esther detrás de él—. A mí me han entrado ganas de arrearle a ésa un puñetazo en la cara.
Él mostraba un semblante perfectamente calmo.
—Bueno, algún día se lo arreará alguien — dijo. Le gustaba Esther; tenía que aguantar las mismas cosas que él y siempre era solidaria cuando alguien le hacía pasar un mal rato. La mayoría de la gente era aceptablemente cortés, pero siempre habían unos cuantos que necesitaban que les dieran una lección. Sin embargo, Esther era infaliblemente educada, y le llamaba «señor». Él agradecía su agudeza.
Era muy poquita cosa, bajita, morena y corriente, pero por lo general afable. No le irritaba tanto como muchas otras mujeres, con su aire tonto y sus nimiedades.
Austin Mahone se conducía adoptando una postura erecta, militar. Con frecuencia pensaba que el mundo estaba perfectamente acondicionado para los militares... si uno era oficial, claro. Habría sido el primero de su clase en cualquiera de las academias, si hubiera podido asistir a ellas. Por desgracia, no había tenido los contactos que se necesitaban para entrar en alguna academia militar; los contactos eran imprescindibles, y quienes carecían de ellos quedaban excluidos. Así era como la clase alta mantenía cerradas sus filas. Incorporarse a la vida militar como recluta era impensable; también rechazó otras opciones porque constituían una graduación de segundo orden frente a las academias. En vez de la distinguida carrera militar que debería haber tenido, estaba atascado en aquel humillante trabajo de atender las reclamaciones de los clientes de unos lujosos grandes almacenes, pero eso no significaba que dejase a un lado sus normas personales.
Medía uno setenta y siete, pero su postura erguida con frecuencia inducía a la gente a pensar que era más alto y por regla general se le consideraba un hombre apuesto, pensó; estaba en buena forma física gracias a las dos veces por semana que iba al gimnasio; tenía un cabello castaño oscuro, espeso y liso; y lucía facciones regulares. Le gustaba vestir bien, y siempre era muy meticuloso con su acicalamiento personal. La atención al detalle marcaba la diferencia entre el éxito y el fracaso, nunca se permitía a sí mismo olvidarlo.
Se preguntó qué diría Esther si descubriera el poder que él mantenía oculto, bajo un perfecto control, hasta que llegase el momento de darle rienda suelta. Pero nadie sospechaba, y Esther menos que nadie. Engañar a todos de una manera tan completa le proporcionaba una inmensa satisfacción; los policías eran tan idiotas, tan profundamente faltos de clase.
Tuvo paciencia suficiente para esperar hasta que Esther se tomara el descanso de la tarde antes de acercarse al ordenador a ver si April Meyer tenía una cuenta en los grandes almacenes; para satisfacción suya, sí la tenía. Siempre resultaba mucho más fácil cuando disponía de este acceso inicial a la información. Sin embargo, no le interesaba cómo llevaba los pagos. La información de los requerimientos de pago de cada cliente se encontraba al principio del archivo, y esa información incluía el nombre y la ocupación del cónyuge. April Meyer estaba divorciada. Chasqueó la lengua. Qué pena que no fuera capaz de mantener una relación.
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Premonición Mortal
RomanceHabía visto suceder el crimen una y otra vez en su mente, y cada vez obtenía más detalles, como si un viento fuera levantando las capas de niebla y cada vez que emergía de una repetición de la visión, más exhausta que antes, más horrorizada se sentí...