CAPÍTULO 11

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Esa tarde, Verónica llegó alrededor de las cuatro, al volante de una camioneta que había tomado prestada, con la puerta de repuesto cargada en la parte trasera. Lauren se detuvo un instante a saborear la incongruencia que suponía ver a Verónica conduciendo una camioneta, y después salió a ayudarle a descargar la puerta.

— ¿De quién es esta camioneta?— le preguntó.

—Del marido de Demi.

Cada una agarró un lado de la puerta y la sacaron de la furgoneta. No tuvieron que preguntar si se había recibido algún parte; si fuera así, las dos estarían enteradas. En la casa de al lado, Ann salió al porche a observarles con franca y suspicaz interés. Lauren se tomó la molestia de saludarla con la mano. Ella le devolvió el saludo, pero frunciendo el ceño en gesto reprobatorio. No había duda de que lo primero que había hecho esa mañana había sido asomarse por la ventana y ver el coche de Lauren frente a la casa; indiscutiblemente, Lauren había ensuciado la inmaculada reputación de Camila.

— ¿Una nueva amiga?— inquirió con delicadeza mientras trasladaban la puerta hasta el porche.

—Hum, no—. Verónica se mostraba insólitamente reticente, y Lauren sospechó al momento. No era que Verónica fuera de esa clase de tipas que regalaban a sus compañeros de comisaría con un relato pormenorizado de una noche «caliente», tal como eran más propensos a caer ellos, pero por lo general era lo bastante comunicativa para por lo menos dar el nombre de la chica.

—Creí que la cita se había anulado.

Verónica se aclaró la garganta.

—Vino de todos modos.

— ¿Hay algo que yo deba saber?

—No. Puede. Pero todavía no.

Lauren no había llegado a ser tan buen detective siendo idiota. Se preguntó por qué razón Verónica creía necesario proteger la identidad de la mujer, y sólo se le ocurrieron dos posibilidades. Una: la joven estaba casada. Pero Verónica no era una cazadora furtiva; para ella, las mujeres casadas quedaban fuera de límites. Dos: la joven era policía. Eso tenía lógica; encajaba. Inmediatamente empezó a repasar nombres y caras, en un intento de hacerlas coincidir con la voz que había oído la noche anterior. Entonces todo encajó en su sitio, igual que tres cerezas en una máquina tragaperras. Cabello castaño sobriamente reprimido para embutirlo en una gorra de patrullero, rostro más bien austero, ojos serenos y de color castaño también. No hermosa pero sí profunda. No le gustaría ser el blanco de los estridentes cotilleos en los que se especializaban las salas de las comisarías, y no era una mujer con la que se pudiera jugar.

—Lucy Vives— dijo

— ¡Maldita sea!— Verónica dejó caer su lado de la puerta con un golpe y miró furiosa a Lauren.

Lauren depositó el suyo más suavemente.

—Soy muy buena— dijo, encogiéndose de hombros— ¿Qué puedo decir?

—Nada. Haz el favor de no decir absolutamente nada.

—No hay problema, pero te estás metiendo en profundidades conmigo. Ya son dos los secretos que tengo que guardar.

—Dios. Está bien, si sientes la necesidad de contar algo y no puedes aguantar la presión, diles lo de la cerveza. Eso podré soportarlo. Pero deja a Lucy al margen.

—Como he dicho, no hay problema. Me gusta esa mujer, es una buena policía. Yo tiraría de la manta en lo que se refiere a ti, pero a ella no la molestaría para nada. De todos modos, ojo con lo que haces, amiga. Puede que te veas metida en problemas serios. Tú eres de categoría superior a la de ella.

Premonición MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora