Entre dos destinos

Introducción

Plenamente consciente del riesgo que corría, Virginia se precipitaba por ese oscuro y solitario pueblo desconocido para ella, impulsada por la adrenalina en sus venas. Su largo y ondulado cabello rubio flameaba en el aire, cual bandera, mientras elevaba una polvareda tras su paso. Su fuerza se había vuelto titánica permitiéndole ignorar el dolor de sus muslos y la intensa puntada entre sus costillas.

Poco a poco, comenzó a notar que sus piernas se debilitaban y cómo el llanto amenazaba con explotar de un momento a otro. Sacudió bruscamente la cabeza hacia los lados con el fin de quitarse la humedad de sus ojos y no perder el ritmo. Sabía que no podría contener mucho más las intensas emociones que sentía descontroladas en su interior.

Múltiples destellos sensoriales inundaron su mente, aturdiéndola: El sonido de una lenta y lejana melodía, el olor de una repugnante combinación de perfume y oxido, una oscura coloración roja tiñéndolo todo a su alrededor. Un dolor punzante sobre sus pequeñas muñecas, una violenta opresión en su pecho y un inconmensurable dolor emocional.

"¡No, Dios mío! ¿Por qué?", pensaba, una y otra vez. Sus ojos comenzaron a humedecerse, y un nudo se formó en su garganta dificultándole la respiración. Reconoció como propios los sollozos que, a través de sus dientes apretados, salían, angustiosos, por su boca. Una repentina arcada la hizo convulsionar hacia adelante obligándola a detenerse. Vomitó una vez, luego otra y, por último, una vez más.

El cielo, completamente cubierto de oscuras y densas nubes, auguraba una inminente y fuerte tormenta. Buscó alrededor un lugar para refugiarse, y a pesar de que su vista se había vuelto borrosa, logró divisar una casa algunos metros más adelante. La misma estaba a oscuras y parecía deshabitada, y eso la convertía en el lugar perfecto para esconderse hasta recuperar fuerzas.

Avanzó por el lateral hasta encontrar un espacio entre los arbustos y, colocándose de costado, logró ingresar a la propiedad. Era un gran terreno, por lo que la casa seguramente sería bastante amplia. Inmediatamente, encontró lo que buscaba. Al fondo del gran parque se hallaba una precaria construcción, como si fuera un viejo depósito con una gran puerta de madera de dos hojas. Para su suerte, las mismas estaban entreabiertas.

Estaba exhausta y débil, y sus piernas cedían cada vez más. Arrastrando los pies, avanzó con dificultad hasta el interior del lugar. Una vez allí, miró a su alrededor advirtiendo una pila de mantas viejas y raídas en un rincón del piso. Con un último esfuerzo, se acercó hasta estas con la intención de, al menos, protegerse del frío. A continuación, se inclinó sobre sus rodillas, luego sobre su costado, y se dejó caer en el piso. Rodeando sus piernas con los brazos, se aovilló en posición fetal y, con agudos alaridos de dolor, rompió en llanto desconsoladamente.

Su corazón le golpeaba el pecho con violencia mientras su cuerpo, agarrotado y sudado, temblaba de forma espasmódica. Su mente, confusa y aturdida, intentaba de alguna manera, refugiarse del terrible dolor que la atormentaba. Por ese motivo, un momento después, como si de un interruptor se tratase, sintió que se apagaban las imágenes y se silenciaban los sonidos relacionados con aquel desgarrador sentimiento. Poco a poco, sus ojos comenzaron a entornarse hasta por fin cerrarse del todo.

Sin poder precisar el tiempo transcurrido, de repente sintió que alguien la envolvía con el suave y cálido contacto de sus brazos, llenando de luz y calor la fría oscuridad en la que se encontraba inmersa. Extrañamente, se sintió a salvo y protegida como nunca antes lo había hecho. "¿Acaso estoy muerta y un ángel vino a buscarme?", pensó, adormilada.

—Tranquila, vas a estar bien —lo oyó decir con voz grave y temblorosa—. Yo voy a cuidar de vos, te lo prometo.

Y una vez más, la oscuridad lo cubrió todo.

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