Capítulo 10

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Diego había sido designado como Disk Jockey y como tal, no se apartaba del equipo de música. Rodeado de enormes pilas de CD, intentaba seleccionar los mejores temas de la época. Laura permanecía a su lado ya que prefería evitar la cercanía con sus hermanos. A pesar de que su intención había sido ayudarlo, no se daba cuenta de que en realidad lo distraía.

A él le resultaba imposible no mirarla cuando sonreía de forma involuntaria mientras acariciaba la pequeña letra "L" que le había regalado o cada vez que rozaba su brazo al buscar algún disco en la mesa para entregárselo. Lo peor era que no se daba cuenta del efecto causado, ni siquiera en las reiteradas veces en las que el final de una canción lo sorprendía y tardaba más de la cuenta en seleccionar la siguiente. Para su fortuna, tampoco el resto pareció darse cuenta de lo que le sucedía

En medio del living, previamente despejado para ser convertido en una pista de baile, Eugenia danzaba absolutamente desinhibida con su grupo de amigos. Entre ellos se encontraba Bárbara, la compañera y amiga de Gastón, y Cristian, el objeto de su deseo. El muchacho se había quedado realmente impresionado al verla y desde ese momento, no había sido capaz de apartar sus ojos de ella. Eugenia, consciente del efecto producido, no dejaba de pasearse delante de él de forma provocativa con la esperanza de que por fin reaccionara.

Virginia y Damián también bailaban, pero lo hacían lentamente ignorando por completo el ritmo movido de la música. Él le acariciaba el cabello con una mano mientras que con la otra la tenía sujeta por la cintura. Ella descansaba su cabeza sobre el pecho de él y le acariciaba la espalda con suavidad. De tanto en tanto, sus miradas se encontraban y comenzaban a besarse como si no hubiese nadie más alrededor.

Marina, aprovechando la oportunidad para apartar a Gastón del resto de los invitados, lo tomó de la mano y lo arrastró hasta la oficina de su padre

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Marina, aprovechando la oportunidad para apartar a Gastón del resto de los invitados, lo tomó de la mano y lo arrastró hasta la oficina de su padre. Tras cerrar la puerta y darle una vuelta de llave, lo empujó para que se sentara en la silla del escritorio y se sentó sobre él con una pierna a cada lado de su cuerpo. Comenzó a besarlo con desesperación en los labios, en el cuello y de nuevo en los labios mientras movía sus caderas incitándolo.

Gastón emitió un gemido ronco y sintió en el acto la incomodidad en sus pantalones. Se puso de pie sin mayor esfuerzo y la llevó en sus brazos hasta el escritorio que tenía en frente para sentarla sobre el mismo. Ella gimió ante la brusquedad de sus movimientos y se arqueó en cuanto sintió que atrapaba uno de sus pechos con una mano. Nunca antes había estado con un hombre tan apasionado como él y le encantaba verlo perder el control de ese modo.

Gastón, que ya había comenzado a subirle la falda para tomarla allí mismo, se detuvo de repente, consciente del lugar en el que se encontraban. Gruñó al apartarse ya que no estaba acostumbrado a detenerse una vez que empezaba.

—Pará, Marina... acá no.

Pero ella, absolutamente ida, no estaba dispuesta a parar. Sujetándolo del cuello de su camisa, lo atrajo nuevamente y continuó besándolo, ahora en el cuello, hasta llegar al lóbulo de su oreja y tirar de él con los dientes.

Entre dos destinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora