Capítulo 4

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Desde aquella misteriosa noche en la que Virginia apareció en sus vidas para cambiarlas por completo, no pasaba un día en el que Federico no hablase por teléfono con Martín Iriarte procurando estar al tanto de la investigación. Aunque el detective había aceptado sin dudarlo en un claro intento por enmendar las cosas entre ellos, esta renovada y repentina proximidad lo incomodaba un poco. Tincho, como él solía llamarlo desde que tenía uso de razón, lo había traicionado años atrás destruyendo en un instante su confianza y su amistad.

Su herida aún sangraba y no estaba seguro de ser capaz de perdonarlo, o incluso siquiera escuchar sus razones por haber hecho lo que hizo. Sin embargo, había decidido seguir el consejo de su esposa y dejar de lado los rencores y errores del pasado. Después de todo, era necesaria su colaboración para poder resolver el misterio de Virginia. Sus recursos e infinidad de contactos lo convertían en la persona más idónea y tal vez, su única esperanza.

A pesar del misterio que la rodeaba, con el correr de los días, Virginia comenzó a relajarse. Tanto Federico como Liliana la trataban con la misma dedicación, afecto y contención que a sus propios hijos y esto la ayudaba a sentirse más confiada. Laura, con su calidez y paciencia, había logrado que comenzara a abrirse y a hablar de sus sentimientos y temores y las ocurrencias de Eugenia lograban sacarle una sonrisa de tanto en tanto. No obstante, las cosas no eran iguales con el mayor de los hermanos.

Gastón había dejado claro desde el principio que no se sentía cómodo con su presencia y aunque no volvió a decir nada, su desconfianza hacia ella era evidente. No podía culparlo, al fin y al cabo, ella era una completa desconocida. Lo peor de todo era que ni siquiera ella sabía lo que le había pasado, por lo que no estaba segura de que su recelo no fuese justificado. Convencida de que él vería la duda en su mirada, procuraba evitarlo cada vez que podía. Por supuesto, él lo notó y eso pareció alimentar, aún más, su desconfianza.

Sabía que no debía preocuparse por lo que él pensara. El resto de la familia la apoyaba y se esforzaba por hacerla sentir una de ellos, en especial Damián, con quien tenía una conexión que aún hoy era incapaz de explicar. Desde esa primera noche en la que sus miradas se cruzaron y su mente jugó con sus percepciones haciéndole creer que era un ángel, supo en su interior que por fin estaba a salvo.

Solo él, con su ternura y absoluta paciencia había sido capaz de hacerla sentir segura y protegida. No obstante, a pesar de que su corazón saltaba cada vez que oía su voz o simplemente olía su perfume, no se sentía capaz de sostenerle la mirada. No estaba segura de que sintiese lo mismo por ella y no quería que se diera cuenta de lo mucho que su sola presencia la afectaba. Era consciente de lo responsable y protector que era y temía que solo estuviese haciendo por ella lo que consideraba correcto.

Damián por su parte, se sentía en conflicto. Por un lado, entendía el punto de vista de su hermano y la desconfianza que le generaba el no saber nada de ella. Sin mencionar la preocupación que podía ver en su padre, aunque este se esforzara en ocultarlo. Pero, por el otro, todo su ser lo instaba a cuidar de esa chica asustada e indefensa, aún a pesar de que no sabía nada de su pasado. Sus entrañas le decían que alguien estaba tras Virginia y él no pensaba bajar la guardia en ningún momento. Al menos no hasta que supiese que el peligro ya no la acechaba.

 Al menos no hasta que supiese que el peligro ya no la acechaba

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