Alas Rotas

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¿Cómo podía el amor doler tanto? ¿Qué había hecho ella para merecer tal cosa? ¿Acaso era obra del destino? ¿O simplemente había confiado su corazón en las manos de la persona equivocada?
Su alma se encontraba quebrantada, desecha, desolada, solitaria, sin nadie en quien confiar. La habían dañado, y demasiado. Él había girado el grifo de esa llave en sus ojos, y ahora sus lágrimas de bebé llorón salían a la luz, donde todos podían mirarle. Había vuelto a ser el mismo bebé llorón del cual todos se burlaban al subir al autobús escolar. Sus mejillas se habían empapado de nuevo con esa sustancia salada, rodando en forma de gotas, recorriendo su rostro, llegando hasta su barbilla y luego precipitándose hacia el piso, cayendo y plasmándose sobre él, dejando la imborrable huella del desamor.
Odiaba a Dustin en ese momento, odiaba a aquel chico por no dejarse mirar, odiaba a su amiga por haberla traicionado, odiaba al mundo por ocultarle tal cosa tanto tiempo y aún más por lo que le siguiese ocultando, se odiaba a sí misma y sólo esperaba a que la noche terminara y tenía la esperanza de que al amanecer su dolor se desapareciera como las estrellas en el firmamento. Sólo tenía el deseo de sobrevivir un día más.

—¿Qué pasa, Gotas? —preguntó Meghan asustada al mirarla llorando.

—¡No me llames así! —explotó de la nada y dio un golpe a aquel brazo que trató de detenerle.

—Oye, no te pongas así, sólo quiero ayudar. —se adentraron más en la multitud bailando y les era más difícil caminar.

—Deja de seguirme, por favor. —rogó varias veces hasta que salió corriendo.

Un par de brazos masculinos la detuvieron y preguntaban qué le sucedía.

—¡No me preguntes eso luego de lo que has hecho! —gritó.

—¿De qué hablas? —dijo Samuel.

—Lo siento, me debo ir. —tomó su teléfono y marcó a mamá.

—¿A quién vas a marcar? —él le arrebató su celular. —dime qué te pasa, por favor.

El frío los llenaba a ambos, pues allá afuera la temperatura era más baja que adentro. La posible nevada se acercaba lentamente y en cualquier momento llenaría la ciudad. Aún eran las siete y cuarenta pero Lluvia no pensaba permanecer un segundo más en ese lugar. Cada milésima parte de cada segundo se extendía y se convertía en una eternidad.

—Marcaré a mamá. —dijo. —tengo llamadas perdidas de ella. —dejó de llorar y secó algunas de sus lágrimas.

—No. Yo te puedo llevar a casa, pero te lo suplico, cuéntame lo que te pasa.

—¿Acaso crees que es fácil? —sus ojos se cristalizaban al recordar lo que presenció.

—¿Qué? ¿Qué cosa? —se desesperaba.

—Es más difícil de lo que parece. Es duro saber cómo se burlaron ante ti tanto tiempo y no te diste cuenta.

—¿De qué estás hablando? Sé más específica, por favor. —levantó las manos impaciente.

—¡Dustin, Samuel. Dustin me engañó con Luna! —se soltó a llorar.

—¿Que no es Luna tu mejor amiga?

—Eso es lo peor. —suspiró desconsolada. —ahora sé que no puedo confiar en nadie.

—Espera, espera. —la abrazó. —por favor tranquilízate un poco. —le decía paciente. —respira profundo, no te exaltes.

Ella obedeció y logró calmarse.

—¿Mejor? —ella asintió. —no es necesario que grites ni que llores, ¿de acuerdo? Cuéntame las cosas con más calma.

Mar De Lágrimas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora