El Amor No Existe

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Gloria, Rick, Brad y Lluvia quedaron atónitos ante aquella frase.

—¿Qué acabas de decir? —un sudor frío recorrió la espalda de Lluvia.

—¿Acaso crees que la infidelidad de tu padre y mi madre es de hace poco tiempo? —estaba llorando. —¿Crees que sea coincidencia que hayamos nacido el mismo día? Encontré unas cartas de mamá que comprueban todo.

—Lluvia, no le creas, está mintiendo. —dijo mamá acercándose. —yo te puedo explicar todo. —estiraba los brazos hacia su hija tratando de tomarla.

—¡Déjame! —la evitó. —estoy segura de que siempre supiste sobre esto.

—Te juro que esto no es verdad. —decía desesperada, haciendo notar que la mentira en su boca.

—Nos ocultaron la verdad a ambas todo el tiempo y ahora que supiste que ella sabía la verdad trataste de alejarme. —lloraba descontrolada. —¿qué más me estás ocultado? —tenía la misma sensación de aquel penoso día, pero esta vez su propia ira la estaba embriagando. Se sentía al borde de la locura y sentía que podría explotar en cualquier momento. Ya ni siquiera sabía lo que estaba pasando, había sido un día horrible, lleno de secretos descubiertos y mares de lágrimas. No estaba segura de querer perdonar a mamá algo tan grave.
Había vivido en el medio de la mentira todo el tiempo y se sentía derrotada, había perdido la batalla contra la vida. No podía sobrevivir más, tantas emociones la tenían mareada, cayendo hacia el abismo de la perdición. Se rindió por completo.
Salió corriendo y luego de tomar un taxi y comenzar a ser perseguida por los que había abandonado, emprendió un viaje hacia el olvido, pues los recuerdos eran la peor droga. Ahora temía vivir el resto de su vida aferrada a alguien que no era para ella, o a aquella familia perfecta que jamás lo fue, o tal vez a esa persona que había dado el golpe más duro de su existencia con sólo 5 palabras: Tú y yo somos hermanas...
Era imposible para ella creer todo lo que vivió en sólo un par de horas. La vida podía dar un gran giro de ciento ochenta grados y la de Lluvia ahora también estaba de cabeza. Había un gran desorden en ella, tan grande o incluso peor del que había dejado en su habitación.
En ese instante recordó a su mascota. Se preguntaba si estaba en casa, pues parecía que mamá no la había llevado con ella, además, no estaba segura de que en el autobús le permitieran llevar animales.

—¿Junto al puente, dice? —volvió a preguntar el conductor para asegurarse.

—Sí, por favor. —ni siquiera estaba segura de lo que hacía o de lo que anhelaba en ese minuto.

Se sentía muy dañada como para decidir a dónde huir. Sólo quería volver a casa, tomar a su mascota e ir a donde la vida le deparara. Bajó luego y pagó al chofer. Aún tenía una llave de la casa y esta, por suerte, no tenía alguna otra seguridad. Logró entrar fácilmente y notó el gran vacío en ella.

—¿Snowball? —gritó y sólo escuchó su eco.

Subió a su habitación y lo miró junto a la ventana, observando cómo comenzaba a caer nieve afuera.

—Ven aquí, pequeño. —le llamó. —tú y yo nos iremos lejos, ¿de acuerdo? Ya no podemos estar más aquí.

El gato ronroneó a su dueña y ella lo acarició. Volver por su equipaje a la terminal de autobuses era lo último que quería. Hizo un nuevo equipaje dentro de una mochila que tenía al alcance y metió la ropa que jamás se había puesto. No importaba ya que no le gustara, sólo intentó no cargar consigo algo que le recordara lo vivido. Siguió llenándola con cosas que seguro no necesitaría: un reloj de mano con la torre Eiffel plasmada que Brad le regaló en su cumpleaños catorce, una pulsera color violeta, un perfume que jamás usó... Y cuando levantó la almohada encontró la foto familiar que había hurtado de la habitación de mamá. Esa bella fotografía donde ella aparecía sin uno de sus dientes, un par de coletas, una blusa azul, unos jeans y unos zapatos rosas. Brad, con una camisa verde, con unos jeans, también, con algo de gel en su cabello. Papá vestía un traje a blanco y negro, unos zapatos negros y un reloj en su muñeca, mientras mamá vestía un vestido negro que le llegaba a las rodillas, tenía unos aretes y un collar de perlas y sus tacones eran negros. Lucían todos tan genial. No podía creer que luego de eso todo terminaría así. Guardó la foto en su bolsillo junto con el dinero que había tomado antes y cerró la mochila. La colgó en su espalda una vez terminó de llenarla y salió de casa con su mascota entre los brazos, cubriéndole del frío con una pequeña cobija con estampado de ovejitas. Tomó el primer autobús que encontró y abandonó la ciudad. No quería permanecer más allí. Al menos no ese día. Necesitaba organizar sus pensamientos y meditar profundamente lo que quería.
¿Qué estaba haciendo en ese momento exactamente? ¿Estaba huyendo de sus problemas? ¿Esquivando a su familia? ¿Rechazando la verdad que ellos siempre le ocultaron? Sólo había inestabilidad en ella y no estaba segura de lo que había en su corazón. ¿Tristeza? Demasiada. ¿Rencor? Tal vez. ¿Odio? Era una palabra demasiado grande a comparación de lo que ella sentía y creía sentir.
Todo le había quedado claro. Entendió que papá engañó a mamá desde siempre y la misma noche que él estuvo con Gloria, estuvo con Taylor, también. Siempre lo había estado. Si él decidió mudarse a aquella ciudad era sólo por la madre de Meghan, y Taylor era la causa del desbalance en la familia Johnson. Una simple noticia hizo que la manera de la chica de concebir al mundo, cambiara por completo y todas sus dudas se aclararan. Ahora todo se sentía ajeno, extraño, distante. La soledad la corrompía y el cielo ahora no derramaba lluvia, sino nieve. Lluvia podía ver cómo esta lentamente cubría la superficie de las hojas de algunos árboles y el autobús salía de la ciudad. Y cada minuto el frío se hacía más intenso. Esperaba pasar la noche en algún hotel no muy caro, dentro de sus posibilidades.
Caminó por el parque casi vacío, al parecer la nevada había ahuyentando a todos. Pasó por el puente que había en el parque y logró ver su demacrado rostro en el agua helada que pasaba bajo este. Podía aún escuchar el sonido de las ruedas de su bicicleta y podía ver todavía a ese chico rubio recargado en el puente, tocando los mismos acordes de aquella tarde. Aún imaginaba su expresión al mirarla y la visión del chico aprendiendo a andar en bicicleta pasaba frente a sus pupilas. Caminó más lejos y logró observar al chico aún sentado sobre el pasto, cantando una canción, sólo que esta vez no se trataba de un simple recuerdo ni era producto de la imaginación de Lluvia, era el par que la traicionó, y no sabía por qué no le sorprendía mirarlos. Había ya caído en la conclusión de que Dustin era un bastado que solía usar a las chicas ingenuas como ella, teniendo tan poca inteligencia, que se obligaba a usar siempre los mismos métodos.

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