El Riso Silua Dea

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La noche cedió finalmente y dio paso al sol y al cansancio de no haber podido cerrar los ojos. Me mantuve inmóvil, aterrado, en la hamaca que el capitán me había gentilmente acomodado. Por mi mente agotada pasaban hipotéticas vías de escape, cada una más fantasiosa e irrealizable que la anterior. Rendido completamente, reuní fuerzas y me volteé en mi cama, para afrontar lo que viniera.

A primera vista era ya de día. La luz del sol entraba a raudales por la ventana circular. Stone, en su escritorio, intentaba, sin mucho éxito aparente, leer unas cartas mientras que devoraba una pierna de pollo. El hedor a carne me provocó náuseas por lo que mi primer acción como su ayudante fue correr hacia la ventana y vomitar. El capitán ni se inmuto.

-Buenos días, William- dijo- ¿Quieres pollo?

Completamente asqueado me senté frente a él, rechazando su sugerencia.

-¿Seguro? No habrá otra comida hasta el anochecer...

-¿Qué es lo que quiere que haga en el barco?- pregunté, intentando apartar el olor de mí.

-¿Sabes leer y escribir?

-Por supuesto- contesté de inmediato.

El capitán sonrió.

-¡Excelente! Quizás sirvas más de lo que pensé... Necesito que tomes nota de las cosas que yo diga, de las provisiones del barco, del número de hombres y de los botines. Todo debe quedar registrado para asegurar la igualdad.

-¿Cómo un secretario?

Por toda respuesta, Stone soltó una sonora risotada.



Con todo el valor que pude reunir, papel y pluma en mano, salí finalmente a cubierta, acompañando a Stone. Asustado realmente, esperaba que la tripulación se abalanzara salvajemente sobre mí para destrozarme pero siquiera me miraron. Continuaron con sus diversas tareas como arriar velas, limpiar el barco, comprobar las mareas y preparar los cañones mientras, siguiendo el modelo de su capitán, devoraban carne con grandes tragos de ron. La combinación producía en mi refinada mente aristocrática una repulsión total.

-Nos encontramos a veinte leguas marinas de nuestro destino, capitán- dijo un marinero con el torso desnudo al pasar.

-Nos estamos quedando sin grog- informó Fred saliendo un segundo a cubierta para luego volver a las cocinas.

-El barco pronto necesitará carenado- comentó un tercero.

Stone me miró y yo comprendí que debía anotar esas y otras nimiedades que, en suma, conformaban un diario de viaje, vital para la organización, y que todos los tripulantes parecían tener para decir. Una organización tal que no creí posible en piratas. ¡Qué equivocados eran los relatos que yo había escuchado!

Seguí a Stone, hasta el palo principal donde se detuvo.

-¿Qué se ve en el horizonte?- gritó a la nada.

Por toda respuesta, de arriba del palo principal, se agitó una mano.

-Entiendo- contestó el capitán- Pero baja un momento.

Veloz como el viento, un hombre descendió por una soga hasta situarse delante de nosotros. Era grande y barbudo además calvo. Su tez era blanca a pesar del sol constante del Caribe. Tenía un telescopio y una pequeña bandera roja en sus manos. Se erguía completamente inmóvil y no emitía ningún sonido.

-William, éste es Nikita J...- presentó Stone- Nuestro vigía. Ya estoy anciano para gritarle todas las mañanas así que deberás aprender el código ultrasecreto que maneja para comunicarse y, por supuesto, anotarlo. Verás, si agita la mano como recién, significa que no hay nada. Si, en cambio, tiene la bandera y la mueve hacia la izquierda...

¿Qué hacía yo en el Caribe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora