Cambio de Mando

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-Stone está muerto.

Las palabras sonaron vacías en el aire nocturno. El oleaje nos llevaba mar adentro, alejándonos de la costa. La noche estaba en su punto más alto. No hacía calor ni frío. No hacía nada.

Nadie hablaba. Todos miraban a la nada y pensaban en todo, mientras mecánicamente realizaban el mismo trabajo de todos los días. Casi hubiese deseado que nos siguieran, nos capturaran y nos acusaran de haber matado a Stone. Cualquier cosa antes que ese silencio.

Alguien carraspeó.

Todos se volvieron a mirar a Nikita, el vigía. Parecía confundido como siempre y murmuró unas cosas en ruso que nadie entendió. Aún así, sirvió para sacarnos de nuestro letargo.

-¿Qué pasó?- preguntó, finalmente, Arthur quien era ahora el más viejo del barco.

Connor y yo nos miramos.

-Volvíamos a la ciudad- empecé.

-Él para entregar unos papeles. Yo, para buscar una taberna- secundó Connor.

-Escuchamos un grito...

-Y un disparo...

-Corrimos...

-Y encontramos...

-Al capitán baleado- ante esto, la tripulación entera sollozó- Luego aparecieron los capitanes del Concejo y nos acusaron de haberlo asesinado. Tuvimos que huir.

-Pero... ¿Quién lo mató?- preguntó uno de los hombres.

-No sabemos- contestó Connor- No había mucha gente que odiara a Stone. Quizás fue un intento de robo.

Los ojos de Arthur brillaron y nos hizo una seña para que nos callaramos.

-Los suboficiales tenemos que discutir qué hacer ahora- dijo- Les comunicaremos después qué haremos. Por ahora, pongan rumbo a...

-Río del Hacha- interrumpí- Allí estaremos seguros... Fred, prepárales algo de cenar y luego ven con nosotros.

Nadie respondio.

-¡Fred! ¡Fred!- llamé a los gritos.

-No está, William, no subió con nosotros- dijo Leonardo, uno de los marineros capturados junto a mí.

-Bien, en este sencillo acto, te asciendo a cocinero en jefe y te hago cargo de la alimentación del Riso Silua Dea- recité de un tirón.

No dimos tiempo para más comentarios. Todos los suboficiales entramos al camarote del capitán.

Estaba igual que como lo había dejado hacía unas horas. Sin embargo, la atmósfera que se respiraba era distinta. Había un rastro de macabra tranquilidad. Todos ocupamos nuestros asientos a los costados del camarote. Nadie se atrevió a ocupar la silla ante el escritorio. Todos nos miramos.

-Lo que yo iba a decir- comenzó Arthur- es que Stone era una persona con bastantes enemigos.

-¿Cómo?- se sorprendió Connor.

-Soy de todos, el que más tiempo ha estado junto a él- continuó el artillero- Quizás menos que Fred pero él no está aquí. Con su tripulación y sus amigos capitanes era una buena persona; la mejor, si se me permite decirlo. Pero por fuera de su círculo, Stone atraía enemigos por donde sea. Saqueaba ciudades, hundía barcos, arrasaba poblaciones enteras. No creo que nadie de este barco haya querido matarlo pero no era un santo de devoción para todos.

Me quedé helado. Al ser un pirata, entendía que Stone tuviera actividades ilegales pero nunca se me había ocurrido que aquel adorable anciano pudiera ser tan terrible. Luego recordé sus noches de ebriedad y locura encerrado en su camarote, el hecho de explotar una ciudad para conseguir su tesoro y, sin ir más lejos, la cuestión de que capturara marineros en los puertos para obligarlos a unírsele o morir.

La imagen del capitán amable se desfiguraba en mi mente. Aún así, sentía que no era razón para que él estuviera muerto y nosotros en su camarote.

-Hay que vengarlo- dije.

Todos me miraron, sorprendidos. De cualquiera de los suboficiales, de quien menos se esperaría una reacción así era de mí.

-Sé que es nuestro oficio matar gente- continué, pronunciando con dificultad el "nuestro"- Pero no nos matamos entre nosotros. Es el Código Pirata.

El mejor argumento que cualquier corsario podía tener en una discusión era apelar al Código Pirata. Nadie nunca lo había leído, no se sabía su paradero y todos parecían tener una versión distinta igualmente válida. Al menos la mayoría coincidía que la primer regla era "no se mata a un compañero pirata a menos que sea por una mujer, por dinero, por un mapa, por orden de una de las cuatro naciones del Caribe, bajo efectos del alcohol, mediante la bendición de un sacerdote o a en defensa del Código Pirata". Era una regla bastante amplia pero estaba seguro de que el caso de Stone no entraba en el espectro.

-Aún si intentaramos vengarlo- dijo Arthur- No podemos volver a Turtle Cove, no podemos hablar con ningún miembro del Concejo y bajo ningún concepto podemos denunciarlo a las autoridades de ninguna nación pues nos colgarían por piratería... Así que, ¿cual es tu propuesta?

-No necesitamos ninguna de esas cosas- replicó Miller- Simplemente tenemos que buscar la información por otros medios para ir descartando personas. Stone era conocido en todo el Caribe, en la mayoría de los puertos encontraremos a alguien que sepa algo sobre él o sobre quién pudo asesinarlo.

-Y si ninguno de nosotros fue- terció Connor- Eso sólo deja a los miembros del Concejo como responsables.

-O a algún misterioso enemigo- contestó Arthur- Pero no me niego al plan.

Nikita murmuró más cosas en ruso y algo que sonó parecido al nombre de Frank... ¿O dijo Fred?

-Ellos también- concedí- Desaparecidos en acción, eso es sospechoso. Debemos encontrarlos.

-Y así se arruina mi retiro- suspiró Arthur.

Todos lo increpamos con la mirada.

-Ya estoy viejo- explicó- Y herido. Pensaba retirarme a vivir con mi mujer y mis hijas. La vida pirata ya no es para mí.

-Si quieres, podemos poner rumbo hacia ellas antes de iniciar todo esto- propuso Miller.

-No, no... Le haré este último favor a Stone. Bien, capitán, ¿a dónde ahora?

Al principio creí que le hablaba al fantasma de Stone pero luego reparé en que me miraba; de hecho, todos los suboficiales me miraban.

-¿Quién? ¿Yo? ¡Imposible! No llevo ni un año en esto.

-La idea fue tuya- dijo Arthur.

-Y eres el que más lo conoce- secundó Miller.

-Y quien mejor sabe cómo funciona cada lugar del barco- terció Connor- Eras su secretario.

-No... Yo no...

Hasta Nikita asintió, decidido. Unánimemente me estaban eligiendo como su capitán. Era de los más grandes honores piratas. No podía mostrar debilidad o duda ante tal ofrecimiento o, más adelante, podría costarme caro.

-Yo., eh... Está bien, lo haré.

Sonrieron agradecidos.

-Entonces, ¿hacia donde?

Miré el mapa del Caribe y al cuadro de Stone jóven con una mujer y dos niños. Recordé el título de propiedad a nombre de Marta Ethel Díaz de Vivar y su ubicación. Uní inmediatamente ambos conceptos.

-Primero iremos a La Habana- decidí- A conocer a la familia de Stone.

¿Qué hacía yo en el Caribe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora