Una enorme mesa redonda de siete patas en el centro de la sala principal del palacio de gobierno ocupaba la mitad del espacio. Siete sillones de la mejor madera, tapizados con almohadones verdes, se hallaban posicionados matemáticamente equidistantes entre sí formando un heptagrama. Consideraciones matemáticas de lado, siete soberbios cuadros de diversas escenas entre bíblicas y marítimas decoraban las paredes. Unos grandes ventanales con cortinas dejaban entrar la suave luz de la tarde caribeña por lo que no era necesario ningún otro tipo de iluminación, a pesar de haber siete candelabros colgando.
Poco había yo visto del palacio, apenas me encontré con Stone, subimos una escalera, alfombrada en rojo, mientras mi capitán me describía rápidamente a los otros miembros del Concejo y me recomendaba mantenerme callado y tan sólo anotar lo que se decía en la reunión. Ninguna otra persona tenía permitido entrar a las reuniones, porque piratas eran, sí, pero no tontos. Confiaban y desconfiaban de ellos por lo que no permitirían que los demás lleven hombres consigo que pudieran representar una amenaza.
Llegamos últimos. Stone se sentó en su lugar y yo a su derecha con pluma y papel. Extendió unos mapas por toda la mesa y comenzó a hablar. A la par de sus palabras, yo anotaba todo sobre puertos estratégicos, flotas de oro, el precio de las especias, medidas de pólvora y nuevas adquisiciones de Turtle Cove. Los demás acotaban algún que otro detalle pero, en general, se encontraban en silencio. Era claro quién llevaba el mando en la ciudad.
Sin dejar de escribir, comencé a prestar más atención a cada uno de ellos y a la conversación en general.
-Como saben, dentro de poco, la Flota del Tesoro Español iniciará pronto su periplo por las colonias del Caribe. Confío en que, conforme a la tradición, aquél que la capture, aporte una parte al tesoro de la ciudad.
Los seis se miraron y sólo uno se animó a reir.
-Claro está, Stone, pero en los últimos veintitrés intentos has sido tú el que llegó primero a capturarlo.
Alexandre Vert era un bucanero francés cuya piel, producto de los años y el ron, era casi tan roja como su pelo. Sus ojos verdes respaldaban su apellido. Podría decirse que era el segundo al mando en Turtle Cove y un gran amigo de Stone. De todos los piratas del Concejo, era quien tenía la mayor flota de galeones y la amyor cantidad de piratas. Sus gastos eran enormes pero se las arreglaba con una excelencia digna de un caballero francés. Cuando divisaba un barco enemigo de su nación, lo perseguía implacablemente hasta alcanzarlo para luego, con el menor daño hecho, venderlo en los astilleros de Guadaloupe o Martinique donde, además, cobraba por el servicio a su nación. Se decía que tenía una hija en alguna ciudad del Caribe. a quien quería mucho pero veía poco.
-Bueno, querido amigo, quizás la veinticuatro sea la vencida, ¿no?
Alexandre no contestó, sino que apartó la mirada. Stone no se la iba a dejar pasar.
-¿No crees que puedas?- inquirió.
-No, no es eso... Sólo que...
-Es decir, tú has sido el que ha capturado la Flota del Tesoro todos estos años, es lo tuyo- acotó un hombre rechoncho, a la izquierda de Alexandre.
Ambrossius Melmar era un filibustero holandés, casi tan ancho como alto. Se había quedado casi sin pelo pero lo poco que se sostenía en los costados de la cabeza era tan amarillo como su uniforme de la marina de los Países Bajos. La mitad de su tiempo que no pasaba en Turtle Cove, lo dedicaba al tráfico de los dos bienes más codiciados y producidos en el Caribe, azúcar y ron.
-¿Lo mío? ¿Qué significa esto?- mi capitán se empezaba a impacientar.
Yo no entendía si debía seguir escribiendo o no pues esto se había convertido de una pugna de autoridad más que una decisión concejal.
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¿Qué hacía yo en el Caribe?
Ficción históricaÉsta es la historia de un comerciante austríaco que en su viaje al Caribe se ve transformado en un pirata de esos que roban pueblos, matan gente y seducen damiselas, en una forma particular. A su vez, se ve envuelto en una trama policial para descub...